* Primera
lectura: Pablo comprende el carácter de su ministerio apostólico
como una «colaboración». En realidad es Dios quien lo ha hecho todo en la
persona de Jesucristo y el apóstol se limita a ayudar a los hombres a reconocer
la nueva realidad salvadora y a participar en ella. El apóstol, como Cristo, es su
revelador, su descubridor, pero mientras Cristo es el realizador, él sólo es el
administrador. Además, ha de
tener presente también que el tono para llevar a cabo este ministerio no puede
ser un tono autoritario y coercitivo que, intimidando las conciencias, acaba
por conseguir lo que quiere. El evangelio es presentado con frecuencia por el
mismo Jesús como una invitación. La exhortación de Pablo tiene bien en cuenta
el misterio de la libertad del hombre. La llamada a la conversión puede dejarse
pasar, puede caer en el vacío, pero ciertamente su gratuidad no se puede
mezclar con motivaciones nacidas del miedo. Quien
se decide a optar por el «ámbito de la rehabilitación con Dios» (5,21) ha de
hacerlo con la conciencia de conquistar una más plena libertad. Pablo fundamenta su exhortación en
un texto de Isaías que habla de un tiempo de salvación y de gracia para el
pueblo de Israel (Is 49,8).
* Salmo
97,1.2-3ab.3cd-4: El salmo 97 tiene un claro significado mesiánico y escatológico;
nos hace contemplar la victoria
final de Dios sobre el poder del mal y la salvación que conseguirá Israel para
todos los pueblos: El Señor da a conocer su victoria.
En esta primera hora del día, hora de
la resurrección, cantemos, pues, la victoria de nuestro Dios, manifestada en la
Pascua de Jesucristo. Y que, ante esta maravilla, toda nuestra vida sea un
cántico nuevo, proclamado ante los confines de la tierra. Que los hombres, que
con tanta frecuencia viven faltos de esperanza, comprendan que también a ellos
el Señor les revela su justicia, para que los confines de la tierra contemplen,
como nosotros, la victoria de nuestro Dios.
* Evangelio: «Pero yo os digo: no resistáis al mal»
Jesús nos enseña que el odio se
supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba el
derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al prójimo lo que
él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una injusticia; esto es lo que
significa el aforismo de «ojo por ojo, diente por diente». Aun así, era un
progreso limitado, ya que Jesucristo en el Evangelio afirma la necesidad de
superar la venganza con el amor; así lo expresó Él mismo cuando, en la cruz,
intercedió por sus verdugos: «Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).
No obstante, el perdón debe acompañarse con la
verdad. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien
lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha
cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme
también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con
serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal,
demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).
Vemos, pues, cuál debe ser la
conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar
abierto al perdón y decir las cosas claramente. San Basilio nos
aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del
prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo
llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se
arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de
vuestra mansedumbre».
ORACIÓN FINAL
Confirma, Señor, en nosotros, la
verdadera fe, para que cuantos confesamos al Hijo de la Virgen, como Dios y
como hombre verdadero, podamos llegar a las alegrías del reino por el poder de
su santa resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.