“Después de acostado, ya que me
quiera dormir, por espacio de un Avemaría pensar a la hora que me tengo de
levantar, y a qué, resumiendo el ejercicio que tengo de hacer.” (San Ignacio –
primera adición – Ejercicios espirituales).
Al día siguiente: iniciaremos nuestro
rato exclusivo con el Señor, poniéndonos en su presencia y recordando la
oración preparatoria de san Ignacio:
“Pedimos gracia a
Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”. Esta
oración está en línea con las lecturas de hoy que nos hablan de la
fe de Abraham, de la vida que Dios regala al hombre “que teme al Señor”,
de la humildad del leproso y cómo Dios se acerca al excluido, al marginado, al
descartado.
“Al bajar Jesús
del monte, lo siguió mucha gente”. Esta gente había escuchado al maestro
que les hablaba “con autoridad”, esta gente comenzó a seguir
a Jesús sin cansarse de escucharlo.
Otra gente
miraba desde la distancia, no podían acercarse, les estaba
prohibido por la ley, eran impuros. Entre ellos estaba el leproso del que nos
habla el Evangelio.
Este leproso sintió
el deseo de acercarse a Jesús, se armó de valor y se acercó. “Señor, si
quieres puedes limpiarme” dijo sencillamente. Dijo así porque se
sentía impuro, la lepra era una condena de por vida.
Cuántas veces el
Padre Morales, en ejercicios y retiros, nos metía en esta escena. En
el interior del leproso, sintiendo la pobreza de este excluido y pidiendo que
repitiéramos su oración: “Señor, si quieres puedes limpiarme”.
Jesús acorta la
distancia con el leproso, hasta tocarle sin miedo de ensuciarse. Podía haberle
dicho desde la distancia: “quedas curado”. En cambio se acercó y lo curo. Esta
es la cercanía cristiana que nos muestra Jesús, libera al leproso de
la impureza de la enfermedad y también de la exclusión social.
Después fue más allá
al decir al antiguo leproso “ve a presentarte al sacerdote y haz lo que se
debe hacer cuando un leproso es curado”. Con este mandato al
excluido, lo está incorporando a la vida de la Iglesia, a la vida
social. Deberíamos preguntarnos si tenemos miedo de acercarnos al
marginado, si hacemos lo que podemos para incluirlo en nuestra vida
de Iglesia, en nuestra vida social.
Dios también había
liberado a Sara de la impureza de ser una mujer infértil. Una de las
bendiciones que recibe el hombre “que teme al Señor” es la mujer
fecunda y los “hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa”. Es
evidente que Sara no disfrutaba de esa posición, pero los criterios de Dios no
son los de los hombres. Sara, la mujer estéril, será madre de Isaac
y con él Dios empezará a tejer la alianza con los hombres. Sara “la
impura” será una alegoría de tantos excluidos, sobre los que la acción de Dios
transformará en “piedra angular”.
Acabemos nuestras
reflexiones con un coloquio con Jesús. San Ignacio nos lo precisa:
“el coloquio se hace, propiamente hablando, así como un amigo habla a otro, o
un siervo a su señor: cuándo pidiendo alguna gracia, cuándo culpándose por
algún mal hecho, cuándo comunicando sus cosas y queriendo consejo en ellas. Y
decir un Pater noster”.