Según leía esta mañana la lectura del
libro de los hechos de los apóstoles, pensaba en la aplicación que para mi vida
tenía esta milagrosa anécdota. En ella leemos cómo el ángel del Señor
interviene en un trance difícil para sacar al apóstol Pedro del atolladero.
Pero no es esto lo que me interpela pues, realmente, yo no me he visto nunca en
parecida circunstancia. Lo que me interpela son las ocasiones en que Dios ha
intervenido en mi vida de manera manifiesta y a mí, como a Pedro, me ha costado
reconocer su presencia en los acontecimientos aparentemente cotidianos.
El texto insiste en describir con
profusión de detales las circunstancias del encarcelamiento: “la custodia de
cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno”; “entre dos soldados, atado con
cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel”. ¡Vamos que ni
el mismo Houdini!. Y,sin embargo, la acción del ángel se desarrolla en la más
absoluta sencillez y discreción: «Date prisa, levántate». «Ponte el
cinturón y las sandalias». «Envuélvete en el manto y sígueme». Y Pedro “salió y
lo seguía sin acabar de creerse que era realidad lo que hacía el ángel, pues se
figuraba que estaba viendo una visión”.
¡Cuántas veces pasará el ángel del
Señor a nuestro lado, incluso de manera asombrosa, y no seremos capaces de
verlo! ¡Cuánto más si es en la sencillez de la vida cotidiana! Hablaremos
entonces de casualidad, azar, suerte… Si, como dice el salmo, consultáramos más
al Señor a la hora de tomar decisiones o acometer una empresa, ¡de cuántas
ansias nos libraríamos! Este es el testimonio que refleja la segunda lectura
del apóstol San Pablo: Basándose en su experiencia de años de ministerio y de
correrías apostólicas a lo largo del Asia Menor, a pesar de todas las zozobras
y sufrimientos, con toda paz y verdad puede decir de su Señor Jesús: “me estuvo
a mi lado y me dio fuerzas”.
Y así, como hombre transformado en
Cristo, y a pesar de su situación cercana a la muerte, es capaz de decir: “El
Señor me seguirá librando de todo mal y me salvará llevándome a su reino
celestial”.
Pues a esta vivencia de fe estamos
llamados todos, a esta gozosa experiencia del amor de un Dios Padre providente
que manda su ángel para nuestro cuidado, en las circunstancias excepcionales y
en las cotidianas.