No ponemos en presencia de Dios.
Buscamos lugar y tiempo adecuado.
San Efrén, Diácono. “Fructífero”, que
da mucho fruto (306-373). Diácono, Doctor de la Iglesia, escritor eclesiástico.
Llamado “el arpa del Espíritu Santo”.
De sus escritos: Vigilad pues vendrá
de nuevo. La palabra de Dios, fuente inagotable de vida. La Cruz de Cristo,
salvación del género humano.
Estamos finalizando el curso escolar.
Junio mes del corazón de Jesús. Hemos
terminado el mes de mayo de
la mano de la Virgen María. Estamos viviendo el centenario de las apariciones
de la Virgen de Fátima. Tenemos dos nuevos santos a los que podemos imitar: San
Francisco y Santa Jacinta Marto. “Tenemos Madre”, repitió varias veces emocionado durante la canonización de
los pastorcillos el Papa Francisco; devoto de la Virgen, ha lanzado a la vez un
fuerte llamamiento desde Portugal a depurar la piedad mariana popular.
La lectura nos anima a aumentar la fe
y creer con todos los que formamos la Iglesia. Bendecir y apoyarnos en la
familia. Aquel fue un día de
fiesta para todos los judíos de Nínive; debe serlo hoy también para
nosotros.
Nos dice el salmo 145: “Alaba alma mía al Señor”.
Mientras viva, por todo lo que me da cada día. Abre los ojos al ciego, ama a los
justos. Hace justicia.
El evangelio nos dice: La gente escuchaba con gusto a
Jesús porque no era un charlatán cuyas palabras se lleva el viento. Él
hablaba desde lo más profundo de sí para conectar con lo profundo de quienes le
escuchaban. La palabra, en sus labios, se convertía en un medio para la comunión. Cumplía aquello para
lo que ha sido hecha: descubrir que no estamos separados. La gente escuchaba
con gusto a ese artesano convertido en Maestro porque, si bien no entendían
buena parte de lo que decía, utilizaba ejemplos concretos, de la vida
ordinaria, asuntos con los que todos estaban familiarizados. Porque no hablaba
de memoria y con un discurso preparado, sino al hilo de la vida y para que
hubiera más vida. También hoy existen hombres y mujeres que hablan como Jesús,
desde su centro, con la autoridad de la experiencia. Cualquiera de nosotros
podría hablar. Porque no se trata simplemente de hablar, sino de ser. Si somos
aquello a lo que estamos llamados, las palabras, sencillamente, saldrán como
deben, y darán en la diana.
Así diremos: Sagrado Corazón de
Jesús, de ti yo sí me fío.