20 junio 2017. Martes de la XI semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Señor, ¿en qué consiste la santidad a la que estoy llamado como cristiano? ¿Dónde está la perfección? Toda respuesta necesita una buena pregunta que le da sentido y contexto. Esta que os propongo podría ser nuestra pregunta para acoger la respuesta que Jesús nos da en su evangelio.
La respuesta de Jesús tiene que ser meditada despacio, porque nos jugamos todo en su comprensión. La clave del evangelio de hoy no está en la perfección, ni en la santidad; la clave está en el amor.
Deja que Jesús, en este rato de oración, te repita la pregunta esencial: ¿Me amas?
Es la pregunta más importante de nuestra vida cristiana. Cuando conocemos al Señor, nos preguntamos, ¿Qué quieres que haga por ti? Es importante, pero no la más importante. La pregunta que Dios nos hace es la que le hizo a Pedro, representante de los discípulos ¿Me amas?
Te invito a meditar despacio en esa pregunta del Señor. ¿Qué clase de amor tenemos a Jesús?
Un amor que espera recibir algo a cambio, como una mano que se extiende para recibir. Que ama porque se siente atraído por el objeto amado, que entiende que un objeto “merece” ser amado y lo ama por eso.
O, Un amor desinteresado, como la mano que se extiende para dar, sin esperar nada a cambio. Es el tipo de amor que tiene y envía Dios; “….para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.” (Mat 5,45).
Es el amor que tuvo Jesús por nosotros, que le llevó a entregarse por amor.
Quizás san Pablo fue el que mejor lo expresó: “El amor de Cristo nos apremia, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron” (2 Cor 5,14).
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.  Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Flp 3,7-8).
La motivación de nuestra vida cristiana en definitiva debe ser el amor, el enamoramiento, y es en definitiva lo que nos va a pedir Jesús. Recuérdese lo que tiene Jesús en contra de la iglesia en Efeso, en el Apocalipsis: “Has dejado tu primer amor” (Ap 2,4)
Y por eso insiste san Juan: “El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,8).
Y no olvidemos que el amor a Dios incluye el amor al prójimo, ya que el amor a Dios “hace sitio” al amor a los hombres. Decía san Vicente de Paul que el amor a Dios es “más ensanchador que ocupador”. Y también la misma santa Teresa advierte de un falso amor a Dios que excluye del amor a sus criaturas:
«Cuando veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen muy encapotadas cuando están en ella (que parecen que no osan bullir ni menear el pensamiento, porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido), háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión. Y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella». Morada quinta (3,11).
La vida cristiana está edificada sobre dos pilares gemelos: el amor a Dios y el amor al prójimo.

“A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (S. Juan de La Cruz).

Archivo del blog