Dispongámonos hoy, con el corazón
sereno, a escuchar qué quiere el Señor de nosotros en la oración. Invoquemos al
Santo Espíritu y pongámonos en brazos de la Madre para comenzar.
Hoy, por si no habías caído, es el
primer día del Tiempo Ordinario según el Calendario Litúrgico. Llevábamos 40
días de austera penitencia cuaresmal, la Semana Santa, y 50 días de gozosa
Pascua de Resurrección. Ayer mismo celebrábamos con alegría la venida del
Espíritu Santo, era el día para renovar nuestra confirmación como cristianos, y
podría parecer que ya hoy no hay nada que hacer, ya vuelta a la cotidianeidad.
Sin embargo, hoy la Iglesia, y en
todo este Tiempo Ordinario, nos invita a descubrir la belleza sin par del
trabajo oculto, del sacrificio escondido. Nos invita a no dejarnos llevar por
la pereza en esta Campaña de la Visitación, a no quejarnos y a dejar lo mejor
para los demás.
Podríamos pensar que vaya faena,
justo ahora cuando aprieta el asfixiante calor veraniego se nos propone no
quejarnos. Justo ahora cuando vemos tan cerca esas vacaciones por las que
tantos meses hemos trabajado se nos pide dejar lo mejor de nuestro tiempo para
los demás. Y justo ahora que queremos descansar de un largo y trabajoso curso,
se nos pide no dejarnos llevar por la pereza. ¡Pero si llevo todo un curso
trabajando! ¡Ya me merezco un poco de descanso! -podríamos decir-.
¡Ay! ¡Quién no se siente reflejado en
esas reclamaciones aparentemente justas del trabajador cansado! Y, sin embargo,
¡qué cerca están esas reclamaciones de la postura de los labradores que hoy nos
describe el Evangelio!
Si nos fijamos, los labradores del
Evangelio cometen el crimen despiadado de dar muerte al Hijo (simbolismo de
Jesús en la Cruz por nosotros, su vid) porque sólo piensan en ellos mismos. Son
egocéntricos, sólo les mueve el afán de riqueza que ellos consideran que es el
pago que se merecen por su trabajo en la viña. Nosotros no cometeremos un
crimen tan vil como el de acabar con la vida de un hombre, pero recuerdo
todavía con viveza aquellas palabras que el capellán de mi colegio dedicó a
unos niños de Primaria en una homilía. Dijo que “los grandes ladrones y
asesinos no comenzaron robando bancos y matando personas, sino robando
caramelos y matando hormigas”.
Esta es la conclusión que os planteo
hoy y que me interpela cada vez que leo este Evangelio: nosotros no matamos,
pero podemos ser descaradamente egoístas, no robamos, pero podemos ser
horriblemente orgullosos. Y así entendemos que hoy, comenzando el Tiempo
Ordinario, se nos plantee este Evangelio. Este Evangelio nos reclama, a gritos
y con lágrimas, coherencia en nuestra vida cristiana. ¡Nosotros somos a los que
el Señor ha dejado su viña! Y es Él el que hoy nos da un toque de atención: tus
egoísmos, tus vilezas, tu orgullo, no son sino cizaña del Enemigo en tu vida
que, poco a poco y con el tiempo, has de ir puliendo. Y ese tiempo comienza
hoy: lo llamamos Tiempo Ordinario, pero es en él en el que nos jugamos la vida,
la coherencia, la fe.
Porque “el que es fiel en lo poco,
es fiel también en lo mucho”. Ánimo hermano, que el Señor te conceda luz y
esperanza para vivir ilusionado este verano.