Nuestra oración en este sábado comienza
mirando a la Virgen, pidiéndole que nos acoja en su Corazón de Madre y que nos
enseñe a orar en ese oratorio que es su Corazón Inmaculado. Ella es el camino
más corto para llegar a Jesús, como explica certeramente san Luis María Grignon
de Monfort: “María se halla totalmente orientada hacia Dios y cuanto más nos
acercamos a Ella tanto más íntimamente nos une a Él. María es el eco portentoso
de Dios. Que cuando alguien grita ‘¡María!’, responde ‘¡Dios!’; y, cuando -con
santa Isabel- la proclamamos dichosa, responde glorificando a Dios (Lc
1,45-47)”.
Empezamos nuestro diálogo con la Palabra
de Dios: Dios nos habla en su Palabra y nosotros escuchamos, la meditamos y
guardamos en el corazón en este día para que fecunde nuestros sentimientos,
palabras y obras. Así imitamos a la Virgen, dichosa porque escuchó la Palabra y
la puso en práctica, no sin antes meditarla en su purísimo Corazón.
El evangelio nos invita a un
discernimiento: “Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien
aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso
del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero”. Como bautizado, he
renunciado a los ídolos y al diablo para servir al Dios vivo y verdadero, pero
haré bien en preguntarme si mi vida es coherente con esa profesión de fe hecha
en el bautismo y cada domingo en la Eucaristía. ¿Es Dios el centro de mi vida?
¿No llenan mi corazón tantas veces las preocupaciones materiales, el deseo de
quedar bien y recibir la aprobación de los hombres? ¿De verdad no soy un poco
“amigo del dinero”, como dice Jesús de los fariseos? La oración de hoy puede
ser una ocasión muy buena para renovar mi adhesión a Dios, confesarle como mi
único Señor, mi única riqueza, mi verdadero descanso y seguridad en esta vida y
mi premio y esperanza en la vida futura. La Palabra de Dios me invita a usar el
dinero para ayudar a quien lo necesita y así desprenderme de su idolatría:
“Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os
reciban en las moradas eternas”.
La primera lectura es la conclusión de
la carta de san Pablo a los Romanos. En el gran Apóstol vemos un modelo de
pobreza y desprendimiento para anunciar a Cristo, de quien dirá Pablo que
“siendo rico, se hizo pobre, para enriqueceros con su pobreza”. San Pablo
también se hizo pobre siguiendo el ejemplo de Cristo, pasó por la cárcel y la
persecución, y nos ha enriquecido con su conocimiento del misterio de Cristo expresado
en sus Cartas. A su lado vemos, como reflejan los saludos finales, muchos
colaboradores en su misión apostólica. ¿Soy yo uno de estos “colaboradores en
la obra de Cristo” en este momento en que la Iglesia nos urge a la misión? Le
pido a la Virgen que me haga uno de estos colaboradores de Cristo, pues es Él
el que actúa y nosotros sus manos, sus labios, sus pies, sus instrumentos.
No nos olvidamos del santo que hoy
celebramos, san Martín de Tours, tan popular y conocido pues ha dado nombre a
tantos pueblos en Francia, España e Italia. En él vemos un modelo de lo que nos
dice hoy la Palabra de Dios. Nació en Panonia, Hungría, el 316, de padres
paganos. Estudia en Pavía, donde conoce el Cristianismo. Su padre, que era
tribuno militar, para desviarle del cristianismo, le obliga a ingresar en el
ejército. Siendo militar sucedió el hecho tan conocido de su vida, que
hasta el Quijote le explica a Sancho al ver una imagen del santo: en un
invierno, al entrar en Amiens, encuentra un mendigo casi helado, sin ropa.
Divide su capa en dos partes y entrega una al pobre. Cristo se le aparece
vestido con la media capa: "Martín, catecúmeno, me ha cubierto con este
vestido". Recibe el bautismo y llegará a ser obispo y monje, multiplicando
sus obras de caridad y su ardor misionero. Que él nos enseñe a servir solo a
Dios, partiendo nuestra “capa” con los necesitados.