1. Judas, de acuerdo con sus hermanos y
con toda la asamblea de Israel, determinó que cada año, se celebrara con júbilo
y regocijo el aniversario de la dedicación del altar (1 Mac 4)
Judas Macabeo, con su familia y con todo
el pueblo, son agradecidos por la victoria otorgada por Dios. La gratitud se
expresa en la gozosa celebración. Su ejemplo nos debe estimular a vivir a tope
nuestra liturgia. Nuestro Papa Francisco, tan práctico, acaba de reñir como
padre para que no se saquen fotos, la liturgia es memoria de nuestro pasado
para alcanzar amor, es adelanto del Cielo, es lo real y definitivo, es el
encuentro del Esposo con la Esposa, y no hay más. Por eso el P. Pío no veía el
momento de terminar. Que nuestras misas sean como la Primera o como la Última,
la ÚNICA. Que la oración de este día sea para agradecer, caldeando el corazón
para el momento de la Misa.
2. Después David bendijo al Señor en
presencia de toda la asamblea, diciendo: Tuyo, Señor, es el reino; tuyo el
poder y la gloria (1 Cron 29)
¡Qué actitud tan formidable la de
bendecir! Lo hizo el Pueblo de Israel, lo han hecho generaciones de nuestra
historia de la Iglesia. En América la gente se muere por una bendición. El Papa
Juan Pablo II llegó a hablar de una teología de la bendición. Nuestro Papa
Francisco, en su primer mensaje, nos convocó para rezar, para caminar,
para bendecir:
Y ahora, comenzamos este camino: obispo
y pueblo…Un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros.
Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo,
para que haya una gran fraternidad...Y ahora quisiera dar la bendición,… pero
antes, antes, os pido un favor: antes que el obispo bendiga al pueblo, os pido
que ustedes recen para el que Señor me bendiga.
Sí, estamos bendecidos y vivimos como
David para bendecir.
Nuestra Misa incorpora al tesoro de su
celebración estas oraciones tan bellas como la del Prefacio para la fiesta de
la dedicación de una Iglesia que hoy te invito a saborear despacio:
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno. Porque te has dignado habitar en toda casa consagrada a la oración, para hacer de nosotros, con la ayuda constante de tu gracia, templos del Espíritu Santo (1Co 3,16), resplandecientes por la santidad de vida. Con tu acción constante, Señor, santificas a la Iglesia, esposa de Cristo, simbolizada en edificios visibles, para que así, como madre gozosa por la multitud de sus hijos, pueda ser presentada en la gloria de tu Reino. Por eso con los ángeles y todos los santos cantamos sin cesar el himno de tu gloria:¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!
3. Jesús entró en el templo y se puso a
echar a los vendedores, diciéndoles: «Escrito está: "Mi casa será casa de
oración"; pero vosotros la habéis hecho una "cueva de
bandidos"». (Lc 19, 45)
Está claro. Nuestro templo no es una
sala de estar, ni una sala de reuniones, es la CASA DE ORACIÓN. Todo lo demás
no tiene sentido… Pero, si, en la casa de Dios, quieres orar, de tu propio
corazón haz un altar; conviértete en un templo ambulante.
¡Madre, Inmaculada, templo del Espíritu
Santo, que quien nos mire se quede con ganas de ir a la Casa de Dios, la casa
de oración!