12 noviembre 2017. Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo A) – Puntos de oración

Este domingo de otoño (primavera en el hemisferio sur), próximo al fin del año litúrgico, el Señor en su Evangelio nos recuerda que debemos estar vigilantes porque no sabemos el día ni la hora a la que Él volverá. Después de levantarnos, un poco más tarde de lo normal por ser domingo, y antes de empezar con las tareas del día, es muy bueno dedicar unos minutos, sin prisas a estar a solas con Aquel que sabemos nos ama (Santa Teresa).
Los primeros momentos de la oración son muy importantes. Al empezar nos ponemos en presencia de Dios, para ello hacemos la señal de la cruz, buscamos una postura que nos ayude, que nos permita concentrarnos sin dormirnos y rezamos alguna oración mental. Suele rezarse el Ángelus que es la oración en honor al misterio de la Encarnación. Todo esto nos va a ayudar a no distraernos, a sujetar la imaginación –la loca de la casa- según Santa Teresa y a centrar nuestra atención en lo que queremos. A mí personalmente me ayuda mucho hacer alguna petición en relación a lo que se va a meditar. Para hoy puede ser alguna como esta: Señor, que escuche tu Palabra y no sea sordo a la invitación que me haces de estar siempre vigilante y atento a tu presencia.
La primera lectura es del libro de la Sabiduría, detrás de esas características con que se perfila al sabio debemos ver el retrato psicológico y moral del mismo Jesús, porque toda la escritura nos habla de Jesús y nos habla para creer en Él, vivir con Él y como Él. Jesús es la misma sabiduría y quien lo busca con sincero corazón (prudencia y vigilancia) lo encuentra porque Jesús siempre sale al paso del hombre, de cada hombre, también del hombre de nuestro tiempo, en todas sus circunstancias, con sus luces y sombras.
El Evangelio nos presenta la primera de las tres parábolas del capítulo 25 de San Mateo, conocida como de la diez vírgenes o de las vírgenes necias y sensatas. Las otras dos parábolas las iremos meditando en los próximos dos domingos con los que terminaremos el tiempo litúrgico. Después de leer la parábola podemos preguntarnos: ¿estoy dispuesto a recargar mi lámpara con aceite, todas las veces que sean necesarias, para alumbrar cuando llegue el esposo? Es decir, ¿estoy dispuesto a perseverar en mis compromisos hasta el final? Hoy no está muy de moda la perseverancia. Preferimos el cambio, la mayoría de las campañas se basan en propuestas de cambio, aunque sea el cambio por el cambio. Nos cansamos de las cosas y las cambiamos; somos impacientes y nos cansamos de esperar. Las cinco vírgenes necias pasaron la vida distraídas, despreocupadas del esposo, sin pensar que un día todo lo de este mundo terminaría y que llegaría el gran cambio, el definitivo, el de duración eterna. Y justo para ese cambio estaban a ciegas, con las lámparas apagadas y no pudieron ver al Señor ni la puerta de entrada. Por el contrario las cinco vírgenes sensatas fueron constantes y recargaron con aceite sus lámparas tantas veces como fue necesario, manteniéndolas encendidas hasta el final, hasta que llegó el esposo.
Con esta parábola Jesús nos invita a mantener y a avivar nuestra fe y esperanza. La fe es como la luz que nos permite ver, comprender, caminar, trabajar, amar, en definitiva a vivir como hijos de Dios. Por la esperanza nos mantenemos vigilantes y seguros en nuestros ideales, porque esperamos al Señor, en Él confiamos y sabemos que no nos fallará;  llegará aunque no sepamos muy bien la hora exacta. Y la fe también necesita del amor que es como el aceite que hay que echar en una lámpara para que arda y dé luz. A las vírgenes necias precisamente lo que les faltó fue el amor. No amaban lo suficiente y sus lámparas se apagaron. Las prudentes solo hicieron una cosa: mantener encendidas las lámparas con el mejor de los combustibles, el amor. Un combustible que consumiéndose da vida eterna. Cada día, a la tarde dice San Juan de la Cruz, nos examinarán del amor. Vayámonos entrenando poco a poco, todos los días, inmediatamente después de cada actividad, no lo dejemos para el “atardecer de la vida”, sino que seamos esoscontemplativos en la acción a la mayor gloria de Dios para la salvación de las almas que el venerable P. Morales quiso para los cruzados y militantes de la Virgen y que hoy es un deseo extensible a todo el Movimiento de Santa María.

Podemos terminar nuestra oración con una súplica a la Virgen: María, de Madre de la Esperanza, alienta mi fe. Mantén siempre llena la lámpara de mi vida con tu mismo amor, para que sea yo otro Cristo para ti, para Dios y para los demás.

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