“A Dios que concede el hablar y el
escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor, y
escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
Las lecturas de hoy tienen dos lecturas:
una más íntima o espiritual y otra más de llamada exterior.
- Un Jesús que
llora. Para las veces que tenemos la tentación de ver a un Jesús lejano, que no
hace mucho caso del mal, que parece inalterable e impasible, hoy nos plantamos
con un Jesús que antes el mal y la decadencia del Pueblo, llora a lágrima viva.
Del pueblo del que ha nacido, que ha obtenido el favor y la cercanía de Dios de
una manera especialísima a lo largo de los siglos, el pueblo al que ha venido a
hablarles de la Buena Nueva (a ellos en primer lugar), el Pueblo cargado de
infidelidades a Dios. Es Pueblo sigue siendo la niña de los ojos del Señor. No
le es ajeno. Se lamenta del destino que han escogido: no es un castigo lo que
profetiza, es una consecuencia natural a sus actos. Ante esta escena: ¿quiero
consolar a Jesús que sufre tanto por el mundo? ¿quiero yo unirme también a ese
dolor de Jesús? Es, en el fondo, el Evangelio que nos recuerda a Fátima y su
mensaje.
- Una llamada a
la misión. Jesús no sólo se lamenta. Llora y exclama, pero un tiempo después no
renuncia a dar su vida por ellos en la Cruz. Tampoco a ellos les cierra el
mensaje de Salvación y también por ellos exclama en la Cruz “Padre,
perdónales”. Es una llamada a vivir en coherencia nuestro cristianismo, a vivir
en un continuo consuelo a Jesús y ofreciendo al mundo un testimonio y una
palabra de Salvación, una llamada a arrancar el pecado del mundo para sembrar
el Evangelio. Es la reacción de Matatías en la primera lectura, que exige de
nosotros una lectura benévola, cristiana y contextualizada, pero que nos debe
llenar también del “celo por la casa del Señor”.
Por último, estas son unas lecturas
donde somos “los buenos”, los espectadores y que nos hacen un reclamo concreto.
Sin embargo, también podemos hacer otra lectura: vuelve a leer estos puntos de
oración y allí donde he escrito “ellos”, “Pueblo elegido”, “judíos”, pon ahora
tu nombre, también está cargado de sentido. En resumen, tres palabras:
conversión, perdón, misión.
Feliz oración.