28 noviembre 2017. Martes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Hace unos días, llegó la noticia de la masacre terrorista en un templo en  Península del Sinaí, en Egipto. Es una visión real y dramática de la vida misma. Se repite casi todos los días, tanto en Oriente como en Occidente.
¿Qué nos querrá decir el Señor en el evangelio de hoy? El núcleo central son estas palabras lapidarias del Señor, al contemplar la magnificencia del templo de Jerusalén: “Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”.
Vamos a intentar penetrar en los sentimientos del Corazón de Cristo. Seguramente piensa en su interior: “Qué pena, he venido a los míos y no me reciben”. “Yo soy el Reino de Dios, se hace presente en Mi”, “He visto para que las almas tengan vida y la tengan en abundancia…me abandonaron a mí que la fuente de aguas vivas para hacerse cisternas agrietadas, incapaces de contener el agua…”
Estas expresiones nos deben llenar de esperanza a pesar de esa sensación de tristeza.  Aunque parece que la maldad y la soberbia se apoderan de multitud de personas, por encima de ese mal resplandece la bondad de Dios. El Señor nos ha creado para salvarnos. Todo depende de nuestro deseo de ser salvados, de ser perdonados de admitir lo que somos en realidad, criaturas que dependemos de Dios Padre. Con frecuencia lo olvidamos y preferimos ser creador a criaturas. Nos ponemos en el lugar que sólo corresponde a Dios. Y cuando arrinconamos a Dios, destrozamos al hombre. Y nos encontraremos con la realidad de las palabras de Jesús en el evangelio de hoy. Los mismos hombres son capaces de provocar  cataclismos y masacres: “no quedará piedra sobre piedra”.

Hace unos días me escribía  una madre de familia,  muy enferma de cáncer, estas palabras llenas de esperanza. “No tengas miedo al dolor y al sufrimiento. Déjate cuidar. En esto el sufrimiento se parece al amor: hemos nacido al mundo por amor; para amar y dejarnos amar; con frecuencia para sufrir y dejarnos consolar. Ofrece tu tiempo, tu presencia, a veces sin palabras, pero siempre en disposición de servir. Evita todo tipo de queja. En la queja falta el amor, manifestamos nuestra miopía, no sabemos  lo que esto significa a lo largo del camino”. Las incógnitas se irán despejando. Nos encontraremos con la Madre, capaz de enjugar todas las lágrimas de sus elegidos.

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