“Recordad las maravillas que hizo el
Señor”. “Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es
necesario orar siempre, sin desfallecer”. La Palabra de Dios nos habla hoy de
los dones del Señor. Y concretamente de esos pequeños dones que van
entretejiendo nuestra vida. De esos dones que muchas veces se nos pasan
desapercibidos o que despreciamos absorbidos por las preocupaciones. Hoy el
Señor nos recuerda que debemos dejarnos querer por Él. Que es muy sencillo:
basta tener otra mirada, un poco más atenta, sobre la realidad. Debemos, en
primer lugar, “recordar” las maravillas que hace el Señor. Para ello tenemos
que volver nuestra mirada hacia el pasado y preguntarnos: ¿dónde estuvo el
Señor? Recordar es notar. Notar la presencia de lo invisible y los sobrenatural
que no notamos cuando vivimos esta conversación, este rato trabajando o con
nuestros hijos y familia. Descubriremos cuántas veces a lo largo del día, de la
última semana, del último mes, de este curso que el Señor ha herido de muerte a
los primogénitos de nuestros enemigos, nos ha cargado de oro y plata…
Y después de descubrirle en el entramado
de nuestra vida, de darle gracias y de alabarle en nuestra oración sencilla y
cotidiana. Después de todo eso, el Señor hoy nos pide que volvamos nuestro
rostro hacia el futuro y le pidamos. Que le pidamos insistentemente, como un
niño pide a sus padres, sabiendo que le van a dar lo que pide pues tiene
experiencia del amor de su padre, pero sin dejar de insistir hasta que lo
recibe. Nuestra insistencia será la prolongación de la alabanza iniciada ante
los dones ya recibidos, será expresión de nuestra fe, que no es otra cosa que
nuestra relación de confianza con nuestro Dios, nuestro Salvador y su Espíritu
de gracia.