Quizá nos da pudor utilizar esta palabra y llamar “rey” a nuestro Dios,
pues puede parecer una proclama triunfalista, al modo en que los humanos
rendimos homenaje a los ganadores, a los que tienen el poder, y que tantas
veces obedece a un movimiento arribista y un tanto especulador.
Hay quienes por ideología se pueden sentir violentos ante algunos términos
con los que invocamos a Jesucristo. Incluso a alguno a quien le es grato
tratar con Jesús como con un amigo, como compañero de camino y humano, le puede
violentar el tratamiento de Señor y de Rey aplicado al Nazareno.
Ante la revelación bíblica, que nos muestra a Jesucristo como Rey del
universo, no debemos interpretar esta denominación real con los parámetros
políticos y protocolarios humanos, sino desde las mismas Sagradas Escrituras.
Es verdad, y nos da alegría, la afirmación de que “el Señor reina, vestido
de majestad, el Señor, vestido y ceñido de poder” (Sal 92). A la vez, también
es verdad que el momento en el que Jesús acepta ser proclamado rey es justamente
el momento en el que es juzgado ante Pilato, quien manda poner sobre la Cruz:
“Este es el Rey de los judíos”.
Así describe el Evangelio la escena: “Pilato le dijo: -«Conque, ¿tú eres
rey?» Jesús le contestó: -«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la
verdad escucha mi voz»” (Jn 18, 37). En Cristo se cumplen las profecías: “Vi
venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y
se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos,
naciones y lenguas lo respetarán (Dn 7, 14).
La fiesta de hoy nos invita a tratar a Jesús con consideración, por más que
Él ha pasado por este mundo como un hombre cualquiera, y ha tomado la condición
de esclavo. “Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los
muertos, el príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1,5). Jesucristo es el príncipe de la Paz,
el Rey de Reyes, y a su nombre doblan la rodilla los cielos y la tierra, y
hasta los abismos. Él es el Señor del universo. A Él la gloria, y el honor por
los siglos de los siglos.
Santa Teresa de Jesús no tiene reparo en tratar a Jesucristo como Hombre, y
así se lo representaba siempre ella, pero a la vez lo considera como a su Rey y
Señor, el primero en el padecer, por lo que ella enseña: “¡Oh Hijo del Padre
Eterno, Jesucristo, Señor nuestro, Rey verdadero de todo! ¿Qué dejasteis en el
mundo? ¿Qué pudimos heredar de Vos vuestros descendientes? ¿Qué poseísteis,
Señor mío, sino trabajos y dolores y deshonras, y aun no tuvisteis sino un
madero en que pasar el trabajoso trago de la muerte? En fin, Dios mío, que los
que quisiéremos ser vuestros hijos verdaderos y no renunciar la herencia, no
nos conviene huir del padecer. Vuestras armas son cinco llagas” (Fundaciones
10, 11).