Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
Una vez que ya nos hemos puesto en
presencia de Dios pidiendo la asistencia del Espíritu Santo, podemos repetir al
Señor lentamente y varias veces: “Jesús en Ti confío, Jesús en Ti confío,…”.
Para la oración de hoy, si te ayuda, te
propongo meditar las lecturas de la Misa como una historia de pecado,
conversión y perdón misericordioso. Es una historia que todos seguramente hemos
vivido en nuestras propias carnes: dar la espalda a Dios, darnos cuenta por su
Misericordia de nuestro error y recibir su perdón siendo acogidos por Él. En la
primera lectura se nos cuenta cómo los israelitas abandonan el camino de la fe
ante la dificultad. Muchas veces a nosotros nos ocurre esto; somos frágiles y
al igual que les sucedió a ellos, el mal se nos presenta atractivo y nos engaña
en apariencia de un bien, que nos hace pecar y nos llega a esclavizar. Los
israelitas dejan de ser libres adoptando las costumbres romanas y acaban
sometidos, renunciado a lo que Dios había pensado para ellos desde el
principio; ellos son el pueblo elegido de Dios. El adoptar las costumbres
romanas les hace olvidarse de Dios y pecar.
Una vez que nos hemos dado cuenta de que
no somos libres y de que nuestra vida era mejor con Dios que sin Él, queremos
dar a nuestra vida un cambio radical para volver a ser felices, eso es la
conversión, cambiar nuestro corazón y dárselo a Dios. En el salmo responsorial
se refleja este paso del camino: Dame vida, Señor, para que observe sus
decretos. En él decimos al Señor que nos libre de los malvados y le
confesamos que sentimos asco de nuestro pecado. “Señor, reconozco mi pecado. Te
pido que me ayudes a alejarme de él”.
La tercera etapa del camino se describe
perfectamente en el Evangelio de hoy. La tercera etapa es la del perdón de
Dios. Estaba ciego por mi pecado, el cual ya he reconocido y del cual estoy muy
arrepentido. Veo al Señor que pasa a mi lado y le pido misericordia: ¡Hijo de
David, ten compasión de mí! Jesús responde: ¿Qué quieres que haga por ti?
Respondo: “¡qué vea Señor!, y que me perdones porque quiero ver Señor”. Y
Jesús, que es Misericordia infinita, nos ama tanto y responde: “tu fe te ha
salvado”. Sólo nos falta imitar la actitud del ciego: seguir a Jesús,
alabándole y dando testimonio de la misericordia que ha tenido con nosotros.
Le pedimos a la Santísima Virgen que
interceda por nosotros en este camino de conversión