15/11/2017, Miércoles de la XXXII semana de Tiempo Ordinario – San Alberto Magno

Lectura del libro de la Sabiduría (6, 1-11)
Escuchad, reyes, y entended; aprended, gobernantes de los confines de la tierra. Prestad atención, los que domináis multitudes y os sentís orgullosos de tener muchos súbditos: el poder os viene del Señor, y la soberanía del Altísimo. Él indagará vuestras acciones y sondeará vuestras intenciones. Porque, siendo ministros de su reino, no gobernasteis rectamente, ni guardasteis la ley, ni actuasteis según la voluntad de Dios. Terrible y repentino caerá sobre vosotros, porque un juicio implacable espera a los grandes. Al más pequeño se le perdona por piedad, pero los poderosos serán examinados con rigor. El Dios de todo no teme a nadie, ni lo intimida la grandeza, pues él hizo al pequeño y al grande y de todos cuida por igual, pero a los poderosos les espera un control riguroso. A vosotros, soberanos, dirijo mis palabras, para que aprendáis sabiduría y no pequéis. Los que cumplan santamente las leyes divinas serán santificados; los que se instruyen en ellas encontrarán en ellas su defensa. Así, pues, desead mis palabras; anheladlas, y recibiréis instrucción.
Salmo responsorial (Sal 81, 3-4. 6-7)
R. Levántate, oh Dios, y juzga la tierra.
«Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado,
defended al pobre y al indigente, sacándolos de las manos del culpable». 
R.
Yo declaro: «Aunque seáis dioses, e hijos del Altísimo todos,
moriréis como cualquier hombre, caeréis, príncipes, como uno de tantos». 
R.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (17, 11-19)

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y, sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? ». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

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