Hoy nos sentamos tranquilamente a leer y
meditar la palabra de Dios en el inmenso marco de la Campaña de la Inmaculada
en que estamos inmersos. Serenemos el corazón, pacifiquemos el espíritu y, no
dejando que nos asalten las preocupaciones, leamos detenidamente la Palabra de
Dios.
La primera lectura parece diseñada para
los tiempos que nos asaltan. “Escuchad, […] gobernantes del orbe. El poder
os viene del Señor y el mando del Altísimo”. Ahora que hemos pasado tiempos
políticos convulsos parece que la lectura coloca a los gobernantes en su sitio,
¿verdad? Siempre al servicio de Dios y del pueblo al que sirven y nunca al
servicio de sus intereses. Pero no miremos hacia fuera, no tiremos piedras a
los que no nos oyen. ¿Y nosotros? Quizás hoy es el momento de revisar cómo
ejerzo yo mis responsabilidades en el mundo. ¿Sirvo a los demás en mi
responsabilidad? ¿O me busco a mí mismo? ¿Cómo soy jefe, compañero, esposo,
padre, madre, coordinador, educador…? Pongámoslo hoy ante el Señor. Porque “a
los más humildes se les compadece y perdona”.
Con la idea anterior releamos el salmo,
escuchemos al Señor llamándonos a servir y defender al pobre, al que no tiene
voz, en medio de nuestra vida profesional. “Proteged al desvalido y al
huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al
indigente, sacándolos de las manos del culpable”. El mandato es claro y
tajante, no admite réplica y debemos cumplirlo como cristianos. Decía un
cantante católico del que ahora no recuerdo el nombre que el cristiano tiene
que ser “la voz de los que no tienen voz, la voz de los sin voz”.
Y, por último, el evangelio. Fíjate en
cómo Dios descuadra a veces nuestros planes. Queremos mejorar en una cosa,
cambiar algo de nuestro carácter, superar esta situación que vivimos y acudimos
al Señor y ¿qué nos dice? ¿Que vayamos a presentarnos a los “sacerdotes”?
Seguro que los leprosos se volvieron decepcionados murmurando ‘veníamos con
toda nuestra esperanza a que nos curara y mira, nos manda a los sacerdotes, a
los mismos de siempre’. Pero ¿qué ocurre? Dios nos sorprende en sus caminos.
Nosotros vamos buscando una solución pero Él nos propone otra que no nos gusta,
sin embargo, basta con cumplirla, con hacer ‘lo mismo de siempre’ que nunca ha
funcionado y mira: sanó a los leprosos. Los planes de Dios son inescrutables, a
veces no entendemos por qué nos pasan las cosas o por qué Dios nos pide esto
que somos incapaces. Pero debemos confiar, a veces incluso a ciegas, sin
entender y, sobre todo, dar gracias, porque Él siempre triunfa sobre nuestra
debilidad. No seamos desagradecidos, Dios nos ama con locura y Él siempre
piensa en nuestro bien. Basta confiar, cerrar los ojos como un niño y,
agarrados de la mano de Nuestra Madre, de la Inmaculada, seguir los pasos que
marca Dios. Y no sólo seremos felices, sino que veremos cumplidas nuestras
expectativas en un ciento por uno.
“Y, mientras iban de camino, quedaron
limpios”.