Un día para rezar de forma apostólica;
es decir, que lo que meditemos lo llevemos a la práctica para que otros también
crean. Este día en que celebramos a los santos Cirilo y Metodio, es una
propuesta a la vida entregada a la misión. A ellos, que por cierto eran
hermanos, los veneramos por evangelizadores de los países eslavos. Hablaron de
Dios y lo hicieron traduciendo al eslavo antiguo los textos griegos de la
biblia. Pero tuvo que haber algo más en su vida que no se cita tan a menudo en
sus biografías porque de otra manera no serían santos: “si hablando lenguas
arcanas no tengo caridad no me sirve de nada”. Les suponemos, por tanto,
eruditos políglotas y campeones de la caridad. Amar al prójimo sí es lo
importante y eso sí convence, pero es verdad que para explicarlo hace falta
saber el idioma de la gente. Nosotros tenemos la suerte desde hace muchos
siglos de poder dirigirnos a Dios en nuestra lengua.
Jesús también envió a predicar por las
aldeas a 72 de entre ellos. Sabían muy bien el idioma de sus paisanos, sus
giros lingüísticos, sus refranes, sus dichos y costumbres… Pero lo que más
convencía era que vivían la pobreza y la caridad. Jesús los envía con
instrucciones bien claras. En ese momento no les recuerda asuntos de teología
ni siquiera de moral, les dice que vayan sin talega, ni alforjas, ni sandalias…
Duras condiciones, pero se trataba de recordarles que la eficacia no iba a
estar en sus medios humanos, sino en la fuerza de Dios, que da la paz, que cura
las enfermedades y que trae a los hombres un Reino de justicia y de amor.
Id al mundo entero y proclamad el
evangelio. Id y proclamad, son las dos acciones del apóstol. Lo primero hay que
ir adonde no se conozca a Dios, y lo segundo es que hay que proclamarlo a él. Y
lo que hay que decir de ese Dios son un par de cosas: que hay que alabarlo, y que
él es misericordia y su fidelidad dura por siempre -como dice el salmo de hoy.
Nosotros solo vamos por delante, somos pregoneros, lo que importa es
Dios que luego va a pasar por allí. Hemos de dejar el camino lo mejor preparado
posible para que cuando pase el Señor los encuentre al borde del camino, como
al ciego de Jericó, gritando por él. Y entonces él se acercará y les/nos tocará
los ojos y le veremos.