“Sed fuertes y valientes de corazón, los
que esperáis en el Señor”
Las lecturas de hoy nos llaman
fuertemente a vivir la fe con valentía, como lo hicieron Gedeón, Barac, Sansón,
Jefté, David, Samuel y los profetas, como nos dice el apóstol en la primera
lectura. Es un aliciente extraordinario contemplar la vida de fe de los
personajes del antiguo testamento, que de algún modo preparaban ya el camino
para la llegada del Mesías. Y es muy gráfica la descripción que se hace de
las pruebas que tuvieron que atravesar muchos de ellos: “otros fueron
torturados hasta la muerte, rechazando el rescate, para obtener una
resurrección mejor. Otros pasaron por la prueba de las burlas y los azotes, de
las cadenas y la cárcel; los apedrearon, los aserraron, murieron a espada,
rodaron por el mundo vestidos con pieles de oveja y de cabra, faltos de todo,
oprimidos, maltratados —el mundo no era digno de ellos—, vagabundos por
desiertos y montañas, por grutas y cavernas de la tierra”. Aunque no es
noticia que todavía en algunas partes del mundo existen personas que son
torturadas por su fe, en la mayoría de los casos, el cristiano militante en
medio del mundo sufre otro tipo de pruebas y dificultades, que podrían
resumirse en lo que el Papa Francisco llama “la cultura del descarte”. La
indiferencia, el egoísmo, la división se cuelan profundamente en nuestra
sociedad actual, donde el cristiano es muchas veces marginado por sus ideas y
por su manera de vivir, una sociedad que en el fondo tiene una gran sed de
Dios.
Por eso debemos ser fuertes y valientes de corazón, para perseverar en
la fe y llevar a otros al conocimiento de la Verdad practicando la caridad. Y el Papa en Panamá nos dijo algo que es clave frente a la cultura del
descarte: “Debemos ser artesanos de la cultura del encuentro”. Y
para ello nos exhortó a derribar todo muro de división creado muchas veces por
diferencias de raza, cultura, educación, clase social, etc. Es la
marginación y exclusión en la que vivía el endemoniado de Gerasa, figura de una
sociedad envuelta en la indiferencia y necesitada de salvación y liberación.
Me parece que ese fue el motivo por el cual Jesús no le permite que se vaya con
Él una vez liberado de su mal. Su misión estaba clara. De él dependía la
salvación de su pueblo. Y como laico en medio del mundo tenía que volver para
dar testimonio. Podríamos perfectamente identificarnos con este personaje y
preguntarnos qué estoy haciendo por llevar la buena nueva a mi comunidad: mi
familia, mi trabajo, mi barrio, etc. Que seamos fuertes y valientes en
dar una respuesta que sea alegre y generosa.