Espero que te ayuden estas palabras que
te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de oración.
Sería bueno, si es posible, que realices tu rato de oración delante de Cristo
en la Eucaristía. Si no es posible porque no cuentas con esta posibilidad,
dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración invocando al
Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego
de tu amor”.
La lectura del Evangelio que nos ofrece
la Iglesia para el día de hoy nos muestra que el Señor hace el milagro de curar
a un ciego de su ceguera. Puedes fijarte en ciertos detalles, que te sugiero
medites en tu corazón.
El primero es que la gente fue quien trajo
al ciego ante Jesús. Esta es la labor del cristiano, acercar a la gente al
Señor. Es nuestra misión, somos misioneros. Al igual que esa gente acercó al
necesitado de Dios, en este caso al ciego, al Señor; así debemos hacer nosotros
con nuestro apostolado. Párate un momento y medita: ¿hago yo lo mismo con los
necesitados de Dios, es decir, con los que me rodean y no le conocen?
Otro punto sobre el que te sugiero que
te detengas es: “Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano”.
Una vez que el necesitado de Dios es presentado al Señor, Dios es quien toma la
iniciativa. El verdadero conocimiento de Dios se da en la oración personal, a
solas con Dios. Lo saca del bullicio de la aldea para estar a solas con el
ciego y lo conduce de la mano. Dios nos ama y quiere lo mejor de nosotros. Nos
trata con cariño y nos coge de la mano. A solas con Dios es donde el hombre se
encuentra con Él y se encuentra con sí mismo.
El tercer punto a meditar es: “estaba
curado y veía todo con claridad”. Jesús le impone las manos y le sana de su
ceguera. Hasta entonces estaba ciego. Seguro que lo primero que vio el ciego
fue a Jesús, ya que era a quien tenía delante. Nosotros también muchas veces
estamos ciegos por el pecado, un pecado que no nos deja ver a Dios y lo que
Dios quiere de nosotros. La confesión nos libera de nuestros pecados y nos
permite verle y ver cómo actúa en nuestra vida.
Al final del texto, el Evangelio nos
dice: “Jesús lo mandó a casa, diciéndole: “No entres siquiera en la
aldea”. Lo mandó a sus seres queridos, a sus próximos. Dios le ha sanado y
quiere que dé testimonio entre sus seres queridos. Quizás fuesen los que le
llevaron a Jesús, no lo sabemos. Celebra la alegría y alaba a Dios porque Él te
ha curado. Al igual que hizo Noé cuando salió del Arca, seguro el ciego alabó
también al Señor.
Le pedimos al Señor que nos haga ser
misioneros para llevarle a la gente que nos rodea, a quienes lo necesitan.
Todos necesitamos ser curados de nuestra ceguera porque muchas veces se nos
enturbian nuestros ojos y vemos árboles cuando son hombres en realidad. Para
ello tenemos el sacramento de la Confesión. Señor, te pedimos que no olvidemos
el don del sacramento de la Confesión y no nos acostumbremos a vivir en la
ceguera para poder así verte siempre actuar en nosotros y así poder alabarte.
Pedimos a nuestra madre la Virgen María que nos acompañe en este camino
de conversión y alegría por poder ver al Señor.