20 febrero 2019. Miércoles de la VI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Espero que te ayuden estas palabras que te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de oración. Sería bueno, si es posible, que realices tu rato de oración delante de Cristo en la Eucaristía. Si no es posible porque no cuentas con esta posibilidad, dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
La lectura del Evangelio que nos ofrece la Iglesia para el día de hoy nos muestra que el Señor hace el milagro de curar a un ciego de su ceguera. Puedes fijarte en ciertos detalles, que te sugiero medites en tu corazón.
El primero es que la gente fue quien trajo al ciego ante Jesús. Esta es la labor del cristiano, acercar a la gente al Señor. Es nuestra misión, somos misioneros. Al igual que esa gente acercó al necesitado de Dios, en este caso al ciego, al Señor; así debemos hacer nosotros con nuestro apostolado. Párate un momento y medita: ¿hago yo lo mismo con los necesitados de Dios, es decir, con los que me rodean y no le conocen?
Otro punto sobre el que te sugiero que te detengas es: “Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano”. Una vez que el necesitado de Dios es presentado al Señor, Dios es quien toma la iniciativa. El verdadero conocimiento de Dios se da en la oración personal, a solas con Dios. Lo saca del bullicio de la aldea para estar a solas con el ciego y lo conduce de la mano. Dios nos ama y quiere lo mejor de nosotros. Nos trata con cariño y nos coge de la mano. A solas con Dios es donde el hombre se encuentra con Él y se encuentra con sí mismo.
El tercer punto a meditar es: “estaba curado y veía todo con claridad”. Jesús le impone las manos y le sana de su ceguera. Hasta entonces estaba ciego. Seguro que lo primero que vio el ciego fue a Jesús, ya que era a quien tenía delante. Nosotros también muchas veces estamos ciegos por el pecado, un pecado que no nos deja ver a Dios y lo que Dios quiere de nosotros. La confesión nos libera de nuestros pecados y nos permite verle y ver cómo actúa en nuestra vida.
Al final del texto, el Evangelio nos dice: “Jesús lo mandó a casa, diciéndole: “No entres siquiera en la aldea”. Lo mandó a sus seres queridos, a sus próximos. Dios le ha sanado y quiere que dé testimonio entre sus seres queridos. Quizás fuesen los que le llevaron a Jesús, no lo sabemos. Celebra la alegría y alaba a Dios porque Él te ha curado. Al igual que hizo Noé cuando salió del Arca, seguro el ciego alabó también al Señor.
Le pedimos al Señor que nos haga ser misioneros para llevarle a la gente que nos rodea, a quienes lo necesitan. Todos necesitamos ser curados de nuestra ceguera porque muchas veces se nos enturbian nuestros ojos y vemos árboles cuando son hombres en realidad. Para ello tenemos el sacramento de la Confesión. Señor, te pedimos que no olvidemos el don del sacramento de la Confesión y no nos acostumbremos a vivir en la ceguera para poder así verte siempre actuar en nosotros y así poder alabarte.
Pedimos a nuestra madre la Virgen María que nos acompañe en este camino de conversión y alegría por poder ver al Señor.

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