Que todas mis acciones, intenciones y
operaciones, sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina
Majestad.
La primera lectura es un canto a la
esperanza en el momento de la prueba. El otro día decía escuchaba a un amigo
decir: “no busco el sufrimiento, pero ahora en vez de evitarlo cuando llega,
espero al Señor en él, porque tengo la experiencia de que siempre que permite
un mal en mi vida, es para sacar un bien mayor”.
Te invito a leer, meditar, contrastar el
momento actual que vives, con esta exhortación. Orar es más sencillo de lo que
parecer, hoy puede consistir simplemente en recibir como algo personal esta
carta, y dejarme interpelar sin defensas por ella, confiar en que lo que en
ella se dice, se puede cumplir en mi vida:
· Hermanos: Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el
pecado…,
· …y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no
rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el
Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
· Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a
hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos?
· Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele;
· pero, luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella.
· Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana: así el pie cojo, no se retuerce, sino que se
cura.
· Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al
Señor.
· Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga
rebrote y haga daño, contaminando a muchos.
Quizá cuando hayas terminado de rezar
esta carta dirigida a ti, leas el Evangelio con una mirada nueva: ¿no seré yo
de esos que espero encontrar al Señor en tierras forasteras, lejos de mis
parientes, de mi casa, de mi vida? Jesús viene a mí por medio de Cristo, que
habita en mi ciudad, en mi vida…
No despreciemos nada de lo que se nos
concede vivir, pues ahí somos educados, conformados por Dios Padre, como los
hijos muy amados, sus predilectos, en quienes se complace…
Terminar con un coloquio con ese Señor
que hoy se acerca y quiere hacer todas las cosas nuevas, sin cambiarlas, sin
forzarlas, sin violentarnos… El amor no trata de cambiar las cosas. El amor las
transforma, dejándolas igual, las cambia desde dentro… Confiemos en que Dios
puede hacerlo en nosotros…