“…El que quiera venir conmigo ha de
trabajar conmigo, porque si me sigue en la pena también me seguirá en la
gloria”. (EE 95) Es uno de los textos que nos propone san Ignacio en
llamamiento del Rey eternal.
Cuando leemos con detenimiento el texto
del Evangelio que hoy nos propone la liturgia me ha venido a la memoria; “Si
quieres sígueme”. Es una propuesta en libertad. Pero claro para seguir a
Jesús, hay que conocerle. Pero a Jesús se le conoce y se le sigue también
descubriéndole en las personas más cercanas: en mi familia, en aquellos con los
que convivimos en medio del trabajo, del estudio, del ocio…
Pero para seguirle, nos propone dos
maneras bien concretas: “El que os dé a beber un vaso de agua porque
sois de Cristo, en verdad os digo que no se quedará sin recompensa”. Esta
generosidad tan sencilla, tan de la vida corriente que se traduce en una
sonrisa, en adelantarse a abrir la puerta a una persona que llega con el
peso de la compra, dejar la habitación ventilada y ordenada antes de marchar al
trabajo, el levantarte de la mesa cuando vea que falta algo sin hacer ruido,
sin quejarse, que son muchas si las contáramos a lo lardo del día…) pero
por amor a Cristo, a quien sigo, me prepara una buena recompensa, vivir
ahora con Él y seguir siempre en su compañía cuando termine mi vida aquí
en la tierra.
Pero después viene una advertencia muy
severa. De tal manera que la recompensa ante una actitud perversa, como es el
escándalo especialmente a los más pequeños que creen en Él, “más le
valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al
mar…”
Y todavía es más concreto, “Si tu mano…
si tu pie, si tu ojo te induce a pecar, sácatelo: más te vale entrar,
manco, cojo y tuerto en el Reino de Dios que ser echado al infierno,
donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”. No, el Señor no anda con
paños calientes ni con eufemismos.
¿Pero esto cómo lo podemos pasar del
símbolo tan gráfico que Jesús nos propone a la vida real?
Al terminar el día, cuando dedicamos
unos minutos al balance o “examen del amor”, a lo mejor hemos sido causa de
escándalo por las “afecciones desordenadas” de nuevo nos recuerda san Ignacio
que las podemos traducir; por apegos de cualquier tipo, dependencias de los
medios de comunicación dejándome llevar de la curiosidad y perdiendo mucho
tiempo, de juzgar severamente a cualquier persona sin conocer las verdaderas
intenciones de esa persona. La aplicación personal es clara por lo que hacemos
u omitimos en nuestra forma de vivir.
Y terminamos con un fragmento del Magníficat en labios de la Virgen: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos
los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”.