Para la oración de hoy, tras serenar el
corazón, ponernos en presencia del Omnipotente, e invocar al Espíritu Santo, os
brindo un texto del Papa Francisco para que nos ayude a meditar sobre el
Evangelio de hoy.
Meditación del Papa Francisco:
“Nosotros, ¿cómo oramos? Oramos así
nomás por costumbre, piadosamente pero tranquilos, por costumbre, ¿o con coraje
nos ponemos ante el Señor para pedir la gracia, para pedir por aquello por lo
que oramos? El valor en la oración: una oración que no sea valiente no es una
verdadera oración. El coraje de tener confianza que el Señor nos escuche, el
coraje de llamar a la puerta… El Señor lo dice: ‘Porque todo el que pide
recibe, el que busca encuentra y al que llama, se le abrirá’. Pero es necesario
pedir, buscar y llamar […]
Nosotros, ¿nos involucramos en la
oración? ¿Sabemos llamar al corazón de Dios? En el Evangelio, Jesús dice: ‘Si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan’. Esto es una gran
cosa: Cuando oramos con valor, el Señor nos da la gracia […] El Señor nunca da
o manda una gracia por correo: ¡nunca! ¡la lleva Él! ¡Es Él, la gracia! Lo que nosotros
pedimos es un poco como… el papel en el que se envuelve la gracia. Pero la
verdadera gracia es Él que viene a traérmela. Es Él. Nuestra oración, si es
valiente, recibe aquello que pedimos, pero también aquello que es más
importante: el Señor […]
Algunos reciben la gracia y se van: de
los diez leprosos sanados por Jesús, sólo uno regresó a darle las gracias.
También el ciego de Jericó encuentra al Señor en la curación y alaba a Dios.
Pero es necesario orar con el ‘valor de la fe’ empujándonos a pedir también
aquello que la oración no se atreve a esperar, es decir, a Dios mismo […]
Pedimos la gracia, y no nos atrevemos a decir: ‘Pero tráela tú’. Sabemos que la
gracia es siempre traída por Él: es Él quien viene y nos la da. Nosotros damos
la fea impresión de tomar la gracia y no reconocer a quien nos la trae, aquel
que nos la da: el Señor. Que el Señor nos conceda la gracia de darse a sí
mismo, siempre, en cada gracia. Y que nosotros lo reconozcamos, y que lo
alabemos como aquellos enfermos sanados del Evangelio. Porque en aquella gracia
hemos encontrado al Señor”.