Nos puede ayudar a meditar hoy la
curiosa historia de Jonás que venimos leyendo estos días. Nos viene bien además
porque estamos en un mes misionero “extra” y esto que le pasó a Jonás es lo
mismo que nos puede pasar a nosotros “militantes misioneros”.
Delante del Señor que nos pidió militar
bajo su bandera, nos preguntamos si somos como Jonás que huimos de la misión
que ese Señor nos manda. Ya vimos ayer que Jonás es tragado por un gran pez por
querer huir del puesto asignado, y el pez lo vomita en la playa de donde tiene
que ir. Es un detalle del Señor facilitarle la tarea ¿no?
Ahora Jonás se queja de haber perdido el
ricino regalado. ¡Ay de los misioneros quejicas! Para esto mejor no apuntarse
en esta batalla. ¿Soy yo así de quejica? En este momento de la oración quizá
sea bueno dialogar con Jesús, el Señor, y hablar de esto. ¿De qué me quejo? ¿No
es él el que me lo ha dado todo? ¿No soy acaso un seguidor suyo que tuvo que
pasar por tantas dificultades e incluso la muerte por cumplir con su misión?
Pero la oración no es solo meditar, así
que después de darle unas vueltas a este tema, puede ser bueno simplemente
recitar el salmo pidiendo piedad a Dios y alabando su talante misericordioso.
¡Este es nuestro Señor!
Al rezar el padrenuestro, según la
versión de san Lucas, ponemos especial atención al “Venga tu reino”, y saboreamos
que para que ocurra esto que pedimos, el Señor ha dispuesto que seamos nosotros
los encargados de trabajar como misioneros valientes, y no unos quejicas que
huyen al primer contratiempo.
Pedir y hacer.