Empezamos la oración ofreciendo al Señor
nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente ordenadas
al servicio y alabanza de Su divina majestad.
“Los sufrimientos de ahora no pesan lo
que la gloria que un día se nos descubrirá” Leer
lentamente y con el corazón la primera lectura que nos ofrece la liturgia de
hoy podría ser suficiente para hacer oración. Pablo nos mete en lo más íntimo
de su ser y nos transmite anhelos de cielo, deseos de entrar en la “libertad
gloriosa de los hijos de Dios”. Y nos exhorta a vivir, el tiempo que nos
queda en esta tierra, con esperanza. ¡Qué difícil se nos hace! vivir con
coherencia eso de “No he nacido para el suelo que es morada de dolor,
yo he nacido para el cielo, yo he nacido para Dios”.
Vemos las noticias, Latinoamérica está
agitada… Ecuador, Chile, Bolivia, Venezuela… violencia, vandalismo, incendios,
saqueos, desolación, muerte…. Es verdad lo que nos dice la lectura “Porque
sabemos que hasta hoy la creación entera está gimiendo toda ella con dolores de
parto”… cuánta gente engañada por falsas ideologías piden, ejerciendo
violencia, reformas, cambios, desarrollo, etc., buscan fuera algo que
no encuentran para llenar su interior, algo que llene de sentido su existencia…
¿Dónde está entonces la esperanza de la que habla San Pablo? La respuesta la
encontramos en el Evangelio. ¿A qué se parece el reino de Dios? ¿A qué lo
compararé? El bautizado militante es fermento en la masa en virtud
de lo que nos dice Jesús en otro pasaje del Evangelio, Lc 17,22: “El Reino de
Dios está dentro de vosotros”. El Reino de Dios está más cerca de lo
que nosotros pensamos. Está en un bautizado en gracia de Dios, capaz de
transformar a las personas y a su ambiente mediante su testimonio. Que vivamos
esta realidad con esperanza, “porque en esperanza fuimos salvados”,
y que sepamos reconocer en cada momento que “El Señor ha estado grande
con nosotros, y estamos alegres”.