1. Esperando
contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas naciones (Rm
4,13)
Siempre el Señor nos pone una condición
para darnos la gracia, creer, esperar…Parece sencillo; no nos pide obras, sólo
la fe, la esperanza, aunque la realidad no sea favorable, contra toda esperanza
Abram creyó y se convirtió en Abraham, padre de muchas naciones. Todos estamos
llamados a engendrar almas por la fe. Cómo nos alentaba Abelardo mirando el
cielo estrellado de Gredos a soñar despiertos, como si solo dependiese de
nosotros (pequeños detalles de valores humanos: exigencia, orden, vencimiento
en comida o bebida, llevar la mochila…), pero confiados hasta la audacia que
todo dependía de Dios Misericordioso ¡Creo, Señor, pero aumenta mi fe!
2. Él se
acordó de la palabra sagrada, que había dado a Abraham, su servidor (Salmo
105(104),6)
La amnesia, el Alzheimer no son
enfermedades de Dios, son nuestras. Él es –como dice el Papa- “memorioso”, se
acuerda y es fiel a la palabra dada al creyente y esperanzado Abraham, su
servidor, que hará salir a su pueblo con alegría.
3. Pero
el que no me reconozca delante de los hombres, no será reconocido ante los
ángeles de Dios. (Lc 12, 8)
La fórmula negativa le da contundencia
al aserto. Si me avergüenzo de Dios ante los demás, Él no me reconocerá. No
tener ningún miedo a “dar la cara” por Cristo. Me juego la salvación. Lo único
que importa es VER a Dios, cara a cara. Y si no lo confieso, no lo manifiesto,
tampoco Él me reconocerá en el día decisivo. Señor, ayúdame a dar el primer
paso, Madre no tengo ni agua pero acepta esta pobreza para que un día se
convierta en vino. Y, claro, que te reconozco, digan lo que digan…
San Rafael Arnáiz Barón (1911-1938)
monje trapense español
Escritos Espirituales, 04/03/1938
“Aquel que me defienda delante de los
hombres, el Hijo del hombre le defenderá ante los ángeles”
Cojo hoy en nombre de Dios la pluma,
para que mis palabras al estamparse en el blanco papel sirvan de perpetua
alabanza al Dios bendito, autor de mi vida, de mi alma y de mi corazón.
Quisiera que el universo entero, con todos los planetas, los astros todos y los
innumerables sistemas siderales, fueran una inmensa superficie tersa donde
poder escribir el nombre de Dios. Quisiera que mi voz fuera más potente que mil
truenos, y más fuerte que el ímpetu del mar, y más terrible que el fragor de
los volcanes, para sólo decir, Dios. Quisiera que mi corazón fuera tan grande
como el cielo, puro como el de los ángeles, sencillo como la paloma, para en él
tener a Dios. Mas ya que toda esa grandeza soñada no se puede ver realizada,
conténtate, hermano Rafael, con lo poco, y tú que no eres nada, la misma nada
te debe bastar. ¡Qué hipocresía decir que nada tiene..., el que tiene a Dios!
¡Sí!, ¿por qué callarlo?... ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no gritar al mundo
entero, y publicar a los cuatro vientos, las maravillas de Dios? ¿Por qué no
decir a las gentes, y a todo el que quiera oírlo?... ¿Ves lo que soy?... ¿Veis
lo que fui? ¿Veis mi miseria arrastrada por el fango?... Pues no importa,
maravillaos, a pesar de todo, yo tengo a Dios..., Dios es mi amigo..., que se
hunda el sol, y se seque el mar de asombro..., Dios a mí me quiere tan
entrañablemente, que si el mundo entero lo comprendiera, se volverían locas
todas las criaturas y rugirían de estupor. Más aún... todo eso es poco. Dios me
quiere tanto que los mismos ángeles no lo comprenden. ¡Qué grande es la
misericordia de Dios! ¡Quererme a mí..., ser mi amigo..., mi hermano..., mi
padre, mi maestro..., ser Dios y ser yo lo que soy! ¡Ah!, Jesús mío, no tengo
papel ni pluma. ¡Qué diré!... ¿Cómo no enloquecer?... ¿Cómo es posible vivir,
comer, dormir, hablar y tratar con todos? ¿Cómo es posible que aún tenga
serenidad para pensar en algo que el mundo llama razonable, yo que pierdo la razón
pensando en Ti? ¡Cómo es posible, Señor!... Ya lo sé, Tú me lo has
explicado..., es por el milagro de la gracia.