21 octubre 2019. Lunes de la XXIX semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


RICOS ANTE DIOS
Envíanos, Señor, tu Espíritu Santo; que transforme nuestros corazones. Que lleguemos a palpar la verdad de lo que nos dice San Pablo: ¡EL TESORO DE SU SABIDURIA, GRACIA Y PRUDENCIA HA SIDO UN DERROCHE PARA CON NOSOTROS!
De ese derroche de gracias que Dios Padre nos concede tenemos que llenar nuestra vida, enriquecerla. Para así enriquecer la vida de los demás, con espíritu misionero y anhelos de conquista.
Somos llamados a la plenitud. Jesús no pide renunciar a vivir; lo que pide es acoger una novedad y una plenitud de vida que sólo él puede dar.
El hombre tiene enraizada en lo más profundo de su corazón la tendencia a «pensar en sí mismo», a ponerse a sí mismo en el centro de los intereses y a considerarse la medida de todo.
El que sigue a Cristo y desea seguirle en plenitud, como discípulo, rechaza vivir encerrado en sí mismo, porque entiende que la vida se debe vivir como un don, como algo gratuito, no como una conquista o una posesión.
“La vida verdadera se centra en el don de sí, fruto de la gracia de Cristo: una existencia libre, en comunión con Dios y con los hermanos”. (cf. Gaudium et spes, 24).
Si vivir siguiendo al Señor se convierte en el valor supremo, entonces todos los demás valores reciben de este su correcta valoración e importancia. Quien busca únicamente los bienes terrenos, será un perdedor, a pesar de las apariencias de éxito: la muerte lo sorprenderá con un cúmulo de cosas, pero con una vida fallida como dice hoy la Palabra
Por tanto, hay que escoger entre ser y tener, entre una vida plena y una existencia vacía, entre la verdad y la mentira.
Para ser discípulo con este deseo renovado de seguir al Señor hemos de considerar el amor que Dios nos tiene, el hecho de que Dios quiere colmarnos de sus bienes. Cristo abre ante nosotros el «camino de la vida», que, por desgracia, está constantemente amenazado por el «camino de la muerte». El pecado es este camino que separa al hombre de Dios y del prójimo.
El camino de la vida es el camino de la fe y de la conversión; el camino que lleva a confiar en él y en su plan de salvación, a creer que él murió para manifestar el amor de Dios a todo hombre.
Hemos de ir redescubriendo que es el camino de la felicidad: seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias, en las circunstancias a menudo dramáticas y dolorosas de la vida diaria; es el camino de la alegría profunda del corazón. Jesús no nos engaña. Por eso no tengamos miedo de avanzar por el camino que el Señor recorrió primero.
Y además con nosotros camina María, la Madre del Señor, la primera de los discípulos, que permaneció fiel al pie de la cruz, desde la cual Cristo nos confió a ella como hijos suyos.
Madre nuestra, discípula del Señor, ¡ayúdanos a enriquecer nuestra vida con la vida divina que Cristo nos ofrece.

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