RICOS ANTE DIOS
Envíanos, Señor, tu Espíritu Santo; que
transforme nuestros corazones. Que lleguemos a palpar la verdad de lo que nos
dice San Pablo: ¡EL TESORO DE SU SABIDURIA, GRACIA Y PRUDENCIA HA SIDO UN
DERROCHE PARA CON NOSOTROS!
De ese derroche de gracias que Dios
Padre nos concede tenemos que llenar nuestra vida, enriquecerla. Para así
enriquecer la vida de los demás, con espíritu misionero y anhelos de conquista.
Somos llamados a la plenitud. Jesús no
pide renunciar a vivir; lo que pide es acoger una novedad y una plenitud de
vida que sólo él puede dar.
El hombre tiene enraizada en lo más
profundo de su corazón la tendencia a «pensar en sí mismo», a ponerse a sí
mismo en el centro de los intereses y a considerarse la medida de todo.
El que sigue a Cristo y desea seguirle
en plenitud, como discípulo, rechaza vivir encerrado en sí mismo, porque
entiende que la vida se debe vivir como un don, como algo gratuito, no como una
conquista o una posesión.
“La vida verdadera se centra en el don
de sí, fruto de la gracia de Cristo: una existencia libre, en comunión con Dios
y con los hermanos”. (cf. Gaudium et spes, 24).
Si vivir siguiendo al Señor se convierte
en el valor supremo, entonces todos los demás valores reciben de este su
correcta valoración e importancia. Quien busca únicamente los bienes terrenos,
será un perdedor, a pesar de las apariencias de éxito: la muerte lo sorprenderá
con un cúmulo de cosas, pero con una vida fallida como dice hoy la Palabra.
Por tanto, hay que escoger entre ser y
tener, entre una vida plena y una existencia vacía, entre la verdad y la
mentira.
Para ser discípulo con este deseo
renovado de seguir al Señor hemos de considerar el amor que Dios nos tiene, el
hecho de que Dios quiere colmarnos de sus bienes. Cristo abre ante nosotros
el «camino de la vida», que, por desgracia, está
constantemente amenazado por el «camino de la muerte». El pecado es
este camino que separa al hombre de Dios y del prójimo.
El camino de la vida es el camino de la fe y de la conversión; el camino
que lleva a confiar en él y en su plan de salvación, a creer que él murió para
manifestar el amor de Dios a todo hombre.
Hemos de ir redescubriendo que es el
camino de la felicidad: seguir a Cristo hasta las últimas consecuencias, en las
circunstancias a menudo dramáticas y dolorosas de la vida diaria; es el camino
de la alegría profunda del corazón. Jesús no nos engaña. Por eso no tengamos
miedo de avanzar por el camino que el Señor recorrió primero.
Y además con nosotros camina María, la
Madre del Señor, la primera de los discípulos, que permaneció fiel al pie de la
cruz, desde la cual Cristo nos confió a ella como hijos suyos.
Madre nuestra, discípula del Señor,
¡ayúdanos a enriquecer nuestra vida con la vida divina que Cristo nos ofrece.