Preparamos la oración para el día en que
celebraremos la fiesta de dos apóstoles, S. Simón y S. Judas Tadeo. Asimismo,
tomamos este consejo de Santa Teresa al iniciar nuestra oración: “Quien no
hallare Maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro, y
no errará en el camino”. Con ilusión y confianza, pues nos encomendamos a
S. José.
Las lecturas de mañana nos invitan a considerar una cuádruple realidad: 1)
estamos llamados a ser ciudadanos de los santos…, en la morada de Dios. 2)
Nuestra fe está asentada en la roca de los profetas, apóstoles y del
mismo Cristo. 3) A toda la tierra alcanza su pregón. 4)
La oración nos alcanza gracia para contagiar a Dios ayudando a los demás.
Somos dichosos al contar con una fe que viene desde antiguo y que, sobre
todo, llega a su plenitud en la persona de Jesús. Por esta fe, con
fundamento, nuestra vida no sólo es parte del edificio de la Iglesia,
sino que nos proyecta a algo muy bello, ser morada de Dios. Tener fundamento
y futuro, desde la fe, puede aportarnos firmeza en las convicciones y sobre
todo, esperanza y sentido, en todo el devenir de nuestra existencia.
Si esa fe en Cristo es riqueza para nosotros, ¡también lo es para los que nos
rodean! Queremos, con el salmo, colaborar para que a todos y a toda la
tierra alcance su pregón. Muchas veces será a través de nuestro
trabajo silencioso pero orante, o de la convivencia sencilla pero perfumada de
la alegría de Dios. Otras veces, nuestros pequeños favores, generarán interrogantes
o admiración. Porque, un corazón que está enamorado del Señor, se le
nota; sin que hable, sin que resuene su voz. Pero está
proclamando la gloria de Dios.
El alimento de ese corazón enamorado siempre será la oración. Así
se nos muestra hoy Jesús, que antes de escoger a los discípulos y nombrarlos
apóstoles, sube a la montaña a orar. Luego se nos dice
que baja del monte para predicar y curar enfermedades.
Nosotros, unidos a Él, con su luz y fuerza, sabremos dese la oración, bajar a
la realidad de cada instante, especialmente con quien nos necesite, para
transmitirle el gesto y la palabra oportunas.
La mujer, que venía del Antiguo Testamento y que abre paso al Nuevo, dándonos a
su Hijo. Aquella, que vive en un silencio lleno de presencia divina. La Madre,
que aglutina a los apóstoles escandalizados por la cruz, con sola su actitud de
esperanza y acogida. A la Virgen Inmaculada, le pedimos que nos alcance la
gracia de vivir lo que venimos meditando.