15 octubre 2015. Santa Teresa de Jesús – Puntos de oración


Espero que te ayuden estas palabras que te pongo a continuación para llevar a cabo con fruto este rato de oración. Sería bueno, si es posible, que realices tu rato de oración delante de Cristo en la Eucaristía. Si no es posible porque no cuentas con esta posibilidad, dedícale este tiempo al Señor en la soledad acompañada por Él.
Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
Como siempre en su Palabra, el Señor nos manifiesta el amor infinito que nos tiene. En las lecturas de la Misa de hoy, el libro del Eclesiástico nos dice: “El que teme al Señor obrará así, observando la ley, alcanzará la sabiduría”. El que ama sobre todas las cosas a Dios, obrará así y Dios le colmará de su sabiduría. Hay una frase que nos puede ayudar a comprender esto y también como regla de vida en la relación con el Señor, en el amarle y en poner nuestra confianza en Él: “ocúpate de las cosas de Dios, que Dios se ocupará de las tuyas”. Haz lo que Dios quiere, que la sabiduría de Dios lo colma todo. Haz lo que Dios quiere, porque si te fías de Él, te vestirá de gloria y te alcanzará el gozo y la alegría.
El Salmo nos puede también ayudar a continuar con esta meditación: “Contaré tu fama a mis hermanos; en medio de la asamblea te alabaré”. ¿Cómo no vamos a contar a nuestros hermanos todas las maravillas que Dios nos hace, llenándonos de su sabiduría que nos alcanza el gozo y la alegría? Pues muchas veces nos pasa lo contrario. Recibimos todo del Señor y nos paralizamos a la hora de contarlo a la asamblea, a nuestros hermanos. Ahí están nuestras miserias. La miseria más grande es nuestra falta de confianza en el Señor. Pídele al Señor la verdadera conversión de tu corazón. La verdadera conversión es un don suyo, Él nos lo tiene que otorgar, no lo podemos alcanzar por nuestras propias fuerzas. Esta segunda conversión no es ni más ni menos que la confianza plena y ciega en el Señor. Esto es que el Señor lleve verdaderamente las riendas de mi vida, que sea Él el que hable por mí, el que camine por mí, el que sirva por mí. En definitiva, es creer que Dios me sostiene y que yo soy su bien más preciado, es decir, el confiar en Él.
El Evangelio también nos ayuda a meditar en este sentido: ¿Quién es el que alcanza la Sabiduría?, ¿a quién se le revela Dios? No se revela a los sabios y a los entendidos, sino a los pequeños y humildes de corazón que confían en Dios, a los miserables. Dios nos dice que aprendamos de Él. Jesucristo debe ser nuestro modelo: manso y humilde de corazón. Mansedumbre y humildad. Dios se abajó, Dios siempre baja, y baja hasta la más profunda humildad. Bajó y se hizo hombre en el lugar más humilde. Bajó en el Jordán para ser humildemente bautizado, aun con la contrariedad de San Juan Bautista. Bajó al caer en la Via Sacra, ofreciéndose por nuestros pecados. Y bajó al Sheol a rescatar a los que esperaban que se abrieran las puertas del Cielo para la Salvación. El modelo es Él; y como decía S. Carlos de Foucauld “debemos por lo tanto bajar como Él para ser levantados por Él”. O como siempre nos ha insistido nuestro querido Abelardo de Armas: “El subir bajando”, hay que bajar para subir.
Le pedimos a la Virgen María que nos guíe por el camino de la verdadera humildad para asemejarnos así, con la gracia de Dios, cada día más a Jesucristo.

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