27 octubre 2019. Domingo XXX del Tiempo Ordinario (Ciclo C) – Puntos de oración


“El Señor escucha la oración del oprimido, no desdeña la súplica del huérfano ni el lamento de la viuda.”
Eso nos recuerda la primera lectura de la misa de hoy, y nos puede ayudar a comenzar la oración, haciéndonos caer, tras ponernos en la presencia del Señor y ofrecerle todo nuestro día, en la necesidad de reconocernos nosotros mismos oprimidos, huérfanos y viudos.
Sería bueno situarnos en la época de Jesús, por supuesto mucho menos garantista que nuestras sociedades occidentales, y reconocernos en las penosas situaciones de los más despreciados y abandonados de la sociedad. Aunque no es difícil que conozcamos casos similares en nuestros días, relacionados con la situación a veces insostenible de los migrantes, de los sometidos a la explotación sexual o a la dictadura de los cárteles de la droga. O simplemente recorrer los lugares de ocio de nuestros jóvenes y bucear en el fondo de sus almas, rotas y desesperadas de encontrar la paz o la felicidad que tan ansiosamente buscan.
Solo así, con el corazón humilde, reconociéndonos necesitados ante el Señor, nuestra oración de hoy subirá y alcanzará su destino, y el Altísimo la atenderá. Porque si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.
Esa actitud del corazón nos ayudará a entender mejor las palabras de san Pablo en su carta a Timoteo. A comprender lo que él entendió, que en medio de las dificultades, cuando todos le dejaron sólo, sólo el Señor estuvo a su lado y le dio fuerzas para proclamar el evangelio.
Pidamos al Señor a través de María, en este último domingo de un mes especialmente misionero, la fortaleza que le concedió a san Pablo para anunciar plenamente el mensaje- Muchas veces nos desanimamos en nuestras tareas, o porque esperamos ver el fruto y el Señor lo mantiene escondido, o porque nos desencantamos ante desencuentros entre los mismos evangelizadores, o ante lo que vemos como trabas a nuestra labor y muchas veces no son sino pequeños eslabones de una cadena que Jesús tiende a nuestro alrededor para ir haciéndonos cada vez más pequeños. Confiemos en que el Señor guía nuestros pasos y, como a san Pablo, nos librará de toda obra mala y nos llevará a su reino celestial.
Pero es la parábola del evangelio, la del fariseo y el publicano, la que debe tener un lugar importante en nuestra oración de hoy. Saborearla despacio, haciendo pausas, dejando que empape nuestra alma. Y repitamos despacio, muchas veces: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
María, enséñanos el caminito de Teresa de Lisieux, el de las manos vacías de Abelardo, que se consume poco a poco en una continuidad del ofrecimiento que un día hizo de querer ir al cielo sin nada, confiado únicamente en la misericordia divina.
¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.

Archivo del blog