Empezamos, como siempre, tratando de
hacer silencio interior y exterior (modo avión ON para evita distracciones y
seguimos). Nos serenamos físicamente e intentamos que todo nuestro ser vaya
entrando en oración, intentando caer en la cuenta de lo que significa estar en
presencia de Dios.
Lo primero es pedir al Espíritu Santo
que nos ayude a rezar pues por nosotros mismos no siempre sabemos hacerlo bien.
Le pedimos que nos asista y que prepare nuestro corazón para escuchar la voz de
Dios que nos habla por boca de san Pablo.
El apóstol nos recuerda que seremos
juzgados por nuestras obras pero que ninguno de nosotros tiene la capacidad de
juzgar a sus hermanos pues no somos más justos que ellos. El juicio dejémoslo a
Dios, que lo hace con misericordia y nosotros preocupémonos de mejorar en
aquello que solemos equivocarnos más que en enmendar los errores de los demás.
Piensa a qué personas juzgas con más dureza habitualmente y proponte ser más
comprensivo con ellas.
El Señor paga a cada uno según sus
obras, así que preocúpate de que tus obras en este día estén iluminadas por Él.
Pídeselo, porque no es fácil, pero es a lo que queremos aspirar. Jesús en el
evangelio advierte severamente de que nos resulta más fácil señalar las faltas
de los demás que poner por obra los buenos propósitos personales. Decide hoy
que cosa concreta quieres hacer mejor en tu relación con los demás y pide
fortaleza de espíritu para evitar el juicio a los demás.