Acaba de terminar la Navidad. Comienza
el tiempo ordinario, un tiempo sin un motivo de celebración específico.
Podríamos tener la tentación de que sea un tiempo para volvernos a nuestras
ocupaciones, de aflojar nuestra vivencia espiritual. Pero una voz nos lo
impide: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y
creed en el Evangelio”. Jesús ha nacido en nosotros en estas Navidades. Ayer el
Padre nos llamó hijos amados porque su Hijo vive ahora en nosotros. Hoy es el
momento de hacer fructificar ese don en nuestra vida: trabajo, familia,
quehaceres cotidianos… Todo ello vivido desde el Señor: como camino de
conversión, de anuncio de la Buena Nueva. Esa es la voz que el Señor quiere que
escuchemos en nuestra oración de hoy. Es la voz que clama desde las lecturas de
hoy. Hoy el Señor pone nuestras vidas en nuestras manos para que le
respondamos: “Se ha cumplido el plazo”, “Venid conmigo”.
Hemos de acudir a la oración como quien
acudía a su predicación, para ilusionarnos con su programa de vida. Para
ilusionarnos con Él y el modo que nos ha dado de seguirle. Hoy es un día para
reactivar esos deseos, especialmente en nuestra oración. Preguntémonos, ¿qué
misiones pone el Señor en mis manos? ¿Cómo las cumpliría Él? ¿Qué ha puesto en
mi vida para transformar mi corazón: una persona, una dificultad, una
situación, una misión? Hemos estado contemplando al Niño-Dios en Navidad. Hoy
es un día para anudar nuestra vida a la semilla que se ha plantado en nuestro
corazón. Que esa semilla tire de nuestra vida. Hoy es un día para pedirle esa
gracia al Señor.