24 enero 2020. Viernes de la II semana del Tiempo Ordinario – San Francisco de Sales – Puntos de oración


Primera lectura: Acosado David por la envidia y la locura de Saúl se ve obligado a llevar la vida casi de fugitivo. David huye, trata de hacerse invisible, se esconde en las cuevas y arma trampas astutamente.
Pese a todo, David perdona a Saúl el daño que quería hacerle. Con tres mil hombres persigue Saúl a David, y aunque David tuvo la oportunidad de vengarse se contenta con cortarle una punta del manto.
David es un hombre que contrasta con su época. No se deja llevar por la violencia ni el odio. Sabe ser generoso con su perseguidor. David vive ya un valor evangélico esencial. «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian.»
Además del perdón, hay aquí otro valor evangélico también esencial: el respeto a la vida.  Ante su adversario que quiere su muerte, David se niega a matarle.  No es necesario ser cristiano para reconocer en todo hombre una dignidad eminente. El respeto a la vida es patrimonio de la humanidad. Pero ha sido preciso que Cristo nos revelara toda su profundidad.
En el más pobre, en el más sucio y descuidado, en el más inhumano, en el más pecador, Jesús veía siempre a «un ser amado de Dios». Es ésta una moral nueva, que apunta ya en el corazón de David, el antepasado del Mesías. «Sed misericordiosos, como vuestro Padre celestial es misericordioso». Imitar a Dios. ¡Qué empresa! Jesús en su persona, «derribó el odio y la enemistad» (Efesios 2, 14).
Salmo: Dios es nuestro poderoso refugio; quienes confiamos en Él jamás seremos defraudados. Sin embargo, esto no elude nuestras responsabilidades, ni puede hacernos temerosos en el anuncio del Evangelio porque Dios nos quiere fuertes en la fe y en el testimonio de la Buena Nueva que nos ha confiado. Si confiamos en Él, Dios nos levantará victoriosos al final del tiempo. Nosotros buscamos anunciar el Evangelio, aceptando, con amor, todas las consecuencias que podrían llegarnos como consecuencia del cumplimiento de la Misión que el Señor nos ha confiado.
Evangelio: Nos ayuda este texto de Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897) carmelita descalza, doctora de la Iglesia, Manuscrito A, 2 rº -vº sobre El misterio de la vocación:
“No voy a hacer otra cosa sino: comenzar a cantar lo que he de repetir eternamente -¡¡¡las misericordias del Señor!!! (cf Sal 88,1) ...Abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han topado con estas palabras: “habiendo subido Jesús a un monte, llamó a sí a los que quiso; y ellos acudieron a él.” (Mc 3,13) He aquí, en verdad, el misterio de mi vocación, de toda mi vida, y el misterio, sobre todo, de los privilegios que Jesús ha dispensado a mi alma... Él no llama a los que son dignos, sino a los que le place, o como dice san Pablo: “Dios tiene compasión de quien quiere y usa de misericordia con quien quiere ser misericordioso. No es, pues, obra ni del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que usa de misericordia.” (Rm 9,15-16)
Durante mucho tiempo estuve preguntándome a mí misma por qué Dios tenía preferencias, por qué no todas las almas recibían las gracias con igual medida. Me maravillaba al verle prodigar favores extraordinarios a santos que le habían ofendido, como san Pablo, san Agustín, y a los que él forzaba, por decirlo así, a recibir sus gracias; o bien, al leer la vida de los santos a los que nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta el sepulcro, apartando de su camino todo lo que pudiera serles obstáculo para elevarse a él... Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza, y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que el brillo de la rosa y la blancura de la azucena no le quitan a la diminuta violeta su aroma ni a la margarita su encantadora sencillez...Jesús ha querido crear santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas; pero ha creado también otros más pequeños, y éstos han de contentarse con ser margaritas o violetas, destinadas a recrearle los ojos a Dios cuando mira al suelo. La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”.
ORACIÓN FINAL:
Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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