Para empezar
la oración de hoy, y después de hacer el correspondiente ofrecimiento de obras,
ponerse en la presencia de Dios y hacer la invocación al Espíritu Santo, os
propongo ponernos en la actitud real de los apóstoles en la barca después de
que Jesús amainara la tormenta. Imaginaos la situación. Vas en una barca “lleno
de temor” porque hay tempestad y aquello no avanza, y viene un “tío”
andando por el agua que dice al viento “cállate” … y todo queda en calma.
Dice el
evangelista Marcos que los apóstoles estaban en el “colmo del estupor”. Ya te
digo…
Bien, pues en
esa actitud, pienso yo que es en la que deberíamos estar en cada rato de
oración: ¡Me puedo poner en contacto con Dios! ¡Es un Dios que me amó y se
entregó a la muerte por mí! ¡Es un Dios que me sigue amando cada día, cada
hora, cada minuto de mi vida! ¡Es un Dios que aleja de mí todo temor, a
cualquier cosa!
El apóstol
Juan, que sería uno de los que iba en la barca aquella noche, escribió luego
una carta a la comunidad cristiana de entonces y nos dejó dicho: No hay
temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor
mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Y aquello
tan bonito y tan real de “Dios es amor”. El temor es algo muy humano, pero como
cristianos que somos, hemos de desterrarlo de nosotros. Lo único que hace falta
es acoger a Jesús en nuestra barca. Él siempre está ahí. Aunque parezca
imposible que esté en medio de la tormenta, resulta que él viene caminando por
el agua.
Que este rato
de oración sea un llenarnos de estupor, de sorpresa mayúscula por tener un Dios
así, tan cercano. Pero un estupor sin miedo porque el amor de Dios lo vence
todo.