En la presencia del Señor iniciamos la
oración. Hoy, bajo la protección y el ejemplo de Santo Tomás de Aquino, al que
la liturgia lo recuerda por su anhelo de la santidad y la dedicación a
las ciencias sagradas. Y, por su intercesión, esperamos aprender tu
verdad y llevarla a la práctica en la caridad.
La primera lectura nos recuerda cómo el
rey David hace fiesta cuando traslada el arca de la alianza de la casa de
Obededón a la tienda que le había preparado. Y podemos tomar ese símil para
preguntarnos sobre nuestra actitud al recibir a Jesús-Eucaristía; si es algo
rutinario o más bien mueve de alguna forma nuestro interior.
A David le suscitó también el tener
generosidad con todos los que asistieron a la fiesta; les dio, un bollo
de pan, una tajada de carne y un pastel de uvas pasas a cada uno. El
Señor que viene a nuestro corazón, que lo llena de paz y alegría, es quien nos
empuja a salir hacia los otros y hacerlos partícipes del regalo que hemos
recibido.
El vivir “la fiesta de la Eucaristía”
supone una actitud previa de apertura del corazón, “portones, alzad los
dinteles”. Aún más, es preciso “levantar las antiguas compuertas”, porque ¿Es
posible ir a la Eucaristía sin exponer ante Jesús todo aquello que es
viejo, caduco y enfermo en nuestras vidas para que él nos lo sane? Es
importante que lo intentemos porque es el mismo Señor en persona quien nos
alimenta.
Recogemos nuevamente el corazón cerca de
la Madre y hacemos nuestra “la alabanza indirecta” que Jesús le dirige: «Éstos
son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi
hermano y mi hermana y mi madre».