Recién terminado el octavario por la
unidad de los cristianos, hay una frase del evangelio de hoy que no podemos
pasar por alto: «una familia dividida no puede subsistir».
Por eso, tras ponernos en la presencia
de Dios y ofrecerle de nuevo nuestro corazón y nuestro día, nos podemos
preguntar, en la soledad de la oración: ¿Soy en mi familia, en mi trabajo,
entre mis amistades, agente de paz? ¿o de división?
La historia de David que cuenta hoy la
primera lectura nos ayuda: “En aquellos días, todas las tribus de Israel fueron
a Hebrón a ver a David”; “todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón a ver al
rey”. David fue para el pueblo de Israel motivo de unión, eslabón principal que
dio fuerza y vigor al pueblo elegido y los unió para una misión.
El nuevo David, Jesús, quiere llevar el
mensaje del evangelio a toda la creación -nos lo recordaba de nuevo la fiesta
de la conversión de san Pablo antes de ayer-. Pero hay una condición necesaria:
la unidad. “Un reino en guerra civil no puede subsistir”.
Jesucristo nos lleva a la comunión, es
el camino a recorrer y la meta a alcanzar, es la vida que nos llena y nos
alienta al caminar. Sentirle muy cerca de cada uno de nosotros. Él nos alienta
en ese camino de unidad, en mi familia, en mi ambiente de trabajo entre mis
amigos, en la parroquia, en la Milicia o el Movimiento.
Pedirle su fuerza, pedirle su gracia,
invocar al Espíritu Santo, no cansarnos de hacerlo. Necesitamos asimilar su
camino, el único posible, hacia la unidad: abajarse. Ahí está su fuerza. Pero,
¡cuánto nos cuesta este camino! Y es que todavía no nos creemos que el subir
bajando, el caminito de santa Teresita, el de las manos vacías, no se consigue
a base de puños, sino de confianza. Pedir hoy a la santa esa confianza audaz en
que Dios quiere hacer en nosotros la mejor de las obras, que es llevarnos por
su camino de abandono hacia la unidad. Por eso nos puede venir bien volver a
releer las palabras de la primera carta de san Pablo a los Corintios,
saboreándolas despacio:
"El amor es paciente, es servicial;
el amor no es envidioso, no presume, no se envanece, no procede con bajeza, no
busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no
se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. El amor todo lo
disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta." (1 Cor 13,4-7)
Para terminar, pedirle al Señor, a
través de su madre, la Virgen de Nazaret, modelo de nuestra vida ordinaria, que
nos conceda la gracia de la humildad, del saber desaparecer, de elegir el
último lugar.