Después de leer la lectura del Evangelio
de hoy, uno puede preguntarse: “Señor, el tiempo de ayuno, ¿Ha llegado
ya?, pues el Novio vuelve a estar presente entre nosotros después de haber
resucitado...”.
Jesús nos indica la respuesta con el ejemplo
de los odres: los odres y el vino viejos hacen referencia a las antiguas
vivencias de la Fe; y digo antiguas porque Jesús aún no formaba parte de ellas.
Los odres y el vino nuevos hacen referencia a una nueva Fe construida desde el
reconocimiento de Jesús cómo el Mesías qué tenía que venir.
¿Significa esto que los ayunos forman
parte sólo de una tradición antigua, pasada de moda?
No, esto significa que los ayunos han de vivirse de manera distinta; no tanto como una norma estricta e impuesta sino como un acto de amor y de ofrenda generosa a Dios, donde la única ley que nos lleva a hacer ayuno es el Amor.
No, esto significa que los ayunos han de vivirse de manera distinta; no tanto como una norma estricta e impuesta sino como un acto de amor y de ofrenda generosa a Dios, donde la única ley que nos lleva a hacer ayuno es el Amor.
Jesús nos dirá en el sermón de la
montaña: “No he venido a abolir [la ley], sino a dar plenitud” (Mt 5, 17)
Esta es la plenitud de la que nos habla
Jesús, una ley fundada en el amor a Dios y al prójimo.
Vivamos los “ayunos”, a los que el amor
a Dios nos conduce, con alegría y confianza; ofreciendo nuestras pequeñas
renuncias por la santidad de la Iglesia y por la mayor gloria de Dios.