La lámpara sobre el candelero
El fervor de los grandes predicadores y
evangelizadores cuya vida se entregó al apostolado, inspira nuestra llamada a
evangelizar hoy... Ellos supieron sobrepasar muchos obstáculos a la
evangelización; también nuestra época conoce numerosos obstáculos entre los
cuales nos limitamos a mencionar la falta de fervor. Tanto más grave porque
viene de dentro; se manifiesta en el cansancio y desencanto, la rutina y el
desinterés, y sobre todo la falta de gozo y esperanza. Pidamos, pues, por los
que tienen la tarea de evangelizar, para que sean capaces de alimentar en ellos
el fervor del espíritu. Y ya que estamos, nos sintamos nosotros mismos llamados
a ser evangelizadores.
Conservemos el fervor del espíritu.
Mantengamos el dulce y reconfortante gozo de evangelizar, incluso cuando hay
que sembrar entre lágrimas. Que para nosotros –tal como lo fue para Juan
Bautista, para Pedro y Pablo, para los demás apóstoles, para una muchedumbre de
admirables evangelizadores a lo largo de la historia de la Iglesia- sea un
impulso interior que nunca nadie ni nada pueda apagar. Que sea el gran gozo de
nuestras vidas entregadas. Y que el mundo de nuestro tiempo que busca, tan
pronto en la angustia, tan pronto en la esperanza, pueda recibir la Buena
Noticia, no de evangelizadores tristes y descorazonados, impacientes o
ansiosos, sino de ministros del Evangelio cuya vida irradia fervor, que son
ellos mismos los primeros en recibir el gozo de Cristo, y aceptan poner en
juego su vida para que el Reino sea anunciado y la Iglesia implantada en el
corazón del mundo.