Al iniciar nuestro rato de oración nos
ponemos en la presencia del Señor de la mejor manera que se puede hacer en este
año: poniéndonos delante del portal y ver al Niño Jesús. Nuestra oración puede
transcurrir así todo el tiempo: contemplando al Dios nacido.
Pues hoy celebramos una fiesta muy querida. Durante algún tiempo se había
dejado de celebrar, pero la Iglesia la ha recuperado dentro de este tiempo de
la Navidad: El nombre de Jesús. Esta palabra tiene resonancias muy queridas
para nosotros. Puede ser el nombre más tierno que pronunciamos sin parar en
nuestra oración. A la vez es una palabra que inspira poder: "Para
que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en
los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de
Dios Padre." (Filipenses, 2, 10-11)
Pero el poder de Jesús siempre sabemos cómo es y que
se manifiesta naciendo en suma pobreza en Belem. Lee con detenimiento la
primera lectura de hoy, de la primera carta del apóstol san Juan: hemos sido
hechos hijos de Dios, no de una forma figurada, sino real. Este nivel tan alto
que alcanza un simple bautizado es inaudito: se nos ha hecho, gratuitamente,
hijos de Dios; así es el amor que Dios nos tiene. Por eso póstrate humilde ante
el pesebre y adora a tu Dios de forma reverente.
Y ahora disponte a pasar el resto de tu rato de oración diciendo muy despacio y
muchas veces el dulce nombre de Jesús. Te puedes ayudar escuchando esta canción.
Termina tu oración con un coloquio con la Madre de Dios y escuchando cómo
pronuncia Ella el dulce nombre de Jesús, su Hijo.