7 de enero 2020 – San Raimundo de Peñafort – Puntos de oración


«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.»
Podemos seguir en ambiente de Epifanía. Ayer Cristo, al ser adorado por los Reyes magos de oriente, se mostró a todos los pueblos de la tierra como la verdadera luz el mundo. Luz que muestra con humildad la verdad del hombre, sin cegar ni deslumbrar. Es la luz que brota de la sencillez de un niño en brazos de su madre, contemplado por su padre y reconocido como Rey por unos sabios venidos desde muy lejos. Y a la vez es la luz del Verbo, del que nos habla San Juan en el prólogo de su Evangelio: En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
En la primera lectura del día, el mismo apóstol san Juan en su primera carta nos advierte de la necesidad de discernir los espíritus, pues no hay que fiarse de cualquier idea, pensamiento o sentimiento que podamos tener nosotros mismos o ver en los demás. La oración siempre es un buen momento para discernir espíritus, que en un lenguaje más de hoy diríamos discriminar espíritus, en el sentido de diferenciar o de separar. Es decir, discriminar los verdaderos espíritus de los falsos (los que salen del mundo en su sentido negativo). Es seguro que Dios quiere que nos amemos, o lo que es lo mismo, que cumplamos sus mandamientos. También que le pidamos cosas, pero sobre todas las cosas, quiere que le pidamos esta: conocer el verdadero espíritu, el que viene de Dios; y éste es el que confiesa a Jesucristo venido en carne. Así pues, esta es la regla de discriminación de espíritus: reconocer a Jesucristo como Mesías, como el enviado de Dios. Pregúntate ahora, en este rato de silencio exterior e interior: ¿quién es Jesús para mí? ¿Tal vez un personaje de la historia, un maestro oriental, un sabio interesante? ¿O tal vez, mi Señor, pero con el que no tengo trato de amistad? Abelardo nos contaba de un teólogo que decía que conocía mucho a Jesús pero que no se trataba con él. Algo de esto nos puede pasar a cualquiera de nosotros. Es el mismo Jesús quien nos anima a tener un trato íntimo con Él: Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; mas os he llamado amigos (Jn 15,15).
En el Evangelio de hoy Jesús deja Nazaret porque, después de la detención de su primo Juan el Bautista, ya no es un lugar seguro para él. Y va a establecerse en Cafarnaún, junto al lago de Galilea. Allí, según San Mateo, Jesús comienza el anuncio del Reino, diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» La conversión es un proceso que dura toda la vida. Empieza con un encuentro personal con Cristo y supone un cambio integral, de toda la persona. A veces se da de golpe y otras lentamente. Cambio de mentalidad (reestructurar pensamientos), de actitudes y emociones, y sobre todo de comportamiento según el marco del Evangelio del reino. Este proceso es siempre esclarecedor para la persona. A nosotros ahora, igual que al pueblo que escuchaba a Jesús una luz nos alumbra: El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Y acoger esta luz es además saludable. Jesús a la vez que anunciaba el Evangelio del reino, curaba las enfermedades y dolencias del pueblo. Curaba a los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. ¿De qué enfermedades quieres que Jesús te cure?
La oración es diálogo, trato de amistad. Es intimidad con Aquel que sabemos nos ama. Aunque es necesario dedicar un tiempo exclusivo a la oración en silencio exterior, tiempo que llamamos oración solitaria en el sentido de que estamos solos con Jesús. También es oración -debe serlo- el resto del día, cuando estamos rodeados de gente y con actividad, a esta oración la podemos llamar acompañada. Ambas formas de oración se realimentan. Terminemos pues nuestra oración de hoy pidiendo al Señor que seamos luz del mundo, luz que alumbre a los que traten con nosotros. Luz que ilumine desde la humildad y la pobreza. Luz cálida (que no deslumbra) que ayuda a descubrir la realidad de las cosas y a situarse en el mundo según el Evangelio de reino. Que Santa María, Virgen de la Luz, nos ayude en este proceso de conversión.

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