El amor de Dios está en ¡todo!
La oración es... causa de múltiples y
buenísimos afectos. Fortaleza en la fe, la esperanza y el amor. La humildad y
la paz.
Tras las huellas de Dios: Busca la
postura y el lugar adecuados. Toma conciencia de lo que quieres hacer en ese
momento. Estás ante Dios. Adora y confía. Pídele saber y hacer lo que Él desea
de ti. Comienza a decir interiormente, al compás de tu respiración:
“Mi Dios y mi todo”.
Reposas esas palabras sin dejar de
repetirlas… con suavidad y lentitud. Imprégnate de ellas.
“Todo”: Amor, misericordia,
belleza, bondad... Ve diciendo interiormente: “Mi Dios es amor”, “mi Dios es
belleza” …
Quédate con una de ellas mientras la
repites lenta y acompasadamente; recuerda tus experiencias de cualidad en la
creación, en las personas y las cosas… Recuerda los momentos de tu vida en los
que has admirado a alguien o algo bello. Cae en la cuenta de que esa belleza es
reflejo de la infinita de Dios. Es transparencia de su belleza. Adóralo en
silencio…, alaba y contempla con gratitud.
En los últimos momentos del ejercicio
vuelve al “Mi Dios y mi todo”, enriquecido con todo lo contemplado. Adora a
Dios fuente de donde descienden todos los bienes.
Si no te ayuda esta reflexión. Toma las
lecturas del este día y medítala.
Medita el salmo: Mi
corazón se regocija en el Señor, mi salvador.
El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.
hunde en el abismo y levanta;
da la pobreza y la riqueza,
humilla y enaltece.
Puedes contemplar cómo entra Jesús en la
Sinagoga y cómo le miraría la gente.
Su fama se extendió enseguida por todas
partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
¿Cómo extiendo yo la fama de Jesús entre
mis amigos, compañeros, familiares?