¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo vive!
Lo primero acordarme de todos nuestros familiares que ya participan en el
cielo de la gloria de Dios. A eso estamos todos llamados a participar de la
gloria de Dios. ¿Qué filosofía, qué sistema político, qué dios pensado por el
hombre podría proponernos algo así? El hombre es creado para participar
resucitado de la gloria de su Creador.
En la primera Pascua cristiana, ante los discípulos se presenta la carne,
la humanidad del Hijo de Dios llevada a su plenitud. El cuerpo humilde de Jesús
había sido glorificado. En esa humanidad plenificada de Cristo, el hombre puede
descubrir el anhelo profundo del corazón, su destino y su vocación, la plenitud
de gracia y de verdad. Jesús resucitado ilumina el inicio de la existencia, los
orígenes de la creación, porque en Él emerge en plenitud el proyecto originario
de amor iniciado por Dios con la creación. Cualquier pretensión de
autosuficiencia humana se desmorona, cuando se afirma que el destino de Adán,
la vocación del hombre se revela en la carne glorificada del Hijo de Dios. Esta
vocación y peregrinación del hombre hacia su plenitud, es decir, hacia la carne
glorificada del Verbo, no es un añadido ni un accidente en la obra creadora,
como consecuencia del pecado. Cristo no aparece simplemente en el horizonte del
designio salvífico como un repuesto para caso de avería, emergencia o
accidente. En todo caso la creación ha sido querida y llevada a cabo por
Cristo, o de otra manera, Cristo es el sentido último de la creación.
El milagro de los milagros, la gesta de las gestas sucedió en la mañana del
primer domingo de Pascua, en que el Espíritu de Dios actúa sobre la más grande
de las fragilidades: un cuerpo muerto depositado en un sepulcro. En aquella
mañana, el Espíritu tomó la carne que durante la vida le había sido dócil y
obediente hasta la muerte; el Espíritu tomo su carne, la carne de la que un día
había tomado posesión, para hacerla carne de Dios. He ahí el poder del Espíritu
de Dios: la más grande de las fragilidades es glorificada. La carne de Jesús es
hecha por el Espíritu teofanía de la gloria de Dios.
En la primera mañana de Pascua, la luz del Padre acudió a la carne muerta y
sepultada de Cristo para hacerla más radiante que el Sol; la luz del Padre
abrazó la carne muerta para colmarla de incorruptibilidad, para mantenerla en
victoria continua sobre la muerte y la corrupción, sin menoscabar su condición
de criatura de carne. Ante los ojos de los discípulos esa primera mañana, se
manifiesta en un hombre concreto, que lleva las huellas de toda su historia, el
designio originario de Dios, Él nos muestra a qué somos llamados. ¡Qué alegría
la gloria de Dios es que el hombre participe de Su gloria!