Mañana vamos a contemplar una de las últimas escenas
de la vida pública del Señor, antes de empezar la pasión. Toda contemplación
exige preparación y produce amor. Exige preparación, como recordamos en aquella
escena del Principito con el zorro: estoy preparado sí sé, a la hora que vas a
venir. Nuestro corazón demanda y desea esa rutina. Esta preparación se inicia
desde la noche anterior, con la adicción, al acostarnos. Luego al día
siguiente, cuidar los preámbulos, la oración no es cualquier cosa, vamos a una
entrevista importante, vamos a hablar con Dios. Como un amigo habla con otro,
pero no olvidemos que nuestro amigo es Dios.
La contemplación produce amor, parafraseando a Teresa
de Jesús, recordamos que estamos con aquel que sabemos que nos ama. El
ojo se posa en lo que amamos, “Ubi amor ibi occulus” (Donde está tu amor allí
está tu ojo, san Agustín). Para contemplar tenemos que sentirnos atraídos, para
sentirnos atraídos tenemos que preparar ese momento. La contemplación produce
el fruto que cuanto más se ama, más se desea, cuanto más se contempla, más se
siente uno atraído hacia el ejercicio, más vinculación se produce, más se
ahonda la amistad.
La contemplación nos descentra, nos descentra en un
sentido positivo, sacándonos de nuestra autoreferencialidad. En la
contemplación el control no debemos llevarlo nosotros, debemos ir dejando que
Él nos lleve por donde entiende nos debe llevar.
Para esta escena del Domingo de Ramos, Ignacio nos
propone tres puntos a contemplar:
Primero. El Señor envía por el asna y el pollino,
diciendo: “Desataldos y traédmelos. Y si alguno os dijere alguna cosa, decid
que el Señor los ha menester, y luego los dejará”.
Segundo. Subió sobre el asna, cubierta con las
vestiduras de los apóstoles.”
Tercero. Le salen a recebir, tendiendo sobre el camino
sus vestiduras y los ramos de los árboles, y diciendo: “Sálvanos, Hijo de
David; bendito el que viene en nombre del Señor: ¡Sálvanos en las alturas!”.
(Ej.287).
Métete en esta escena, déjate llevar por ella. Si
sientes necesidad de un coloquio con el Señor, no hace falta esperar al final.
Párate y habla con Él.
Aplica los sentidos a la escena, ve las personas, oye
lo que dicen, observa el gusto de la Virgen en esa túnica blanca de una sola
costura que llevaba el Señor, toca y experimenta el tacto de la borriquilla. El
Señor puede que todavía llevara el olor, de aquel perfume derramado por aquella
pecadora.
El Señor paseará por esas calles de Jerusalén y
sentirá que pocos días después también andará por ellas, con la carga de un
madero, que le hará caer hasta tres veces. Se levantará por ti y por mí, pasará
por todo esto por cada uno de nosotros. Déjate reflectir, como nos insta
Ignacio. Reflectir no es hacer una contemplación y luego sacar unas
conclusiones verbalizadas, intelectualizadas. Reflectir es dejarse invadir por
los sentimientos de Jesús en la escena, empatizar con ellos y dejar que se
hagan tuyos.