26 abril 2020. Domingo III de Pascua (Ciclo A) – Puntos de oración


Purifico mi oración antes de comenzar, le pido a Dios que haga Él lo que deseo, pero soy incapaz de conseguir por mí mismo: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina majestad”.
¡Feliz domingo! Domingo, en tiempo de Pascua. Hoy la oración es a todas luces una invitación a encontrarnos con Jesús Resucitado. Y a dejarle resucitarnos.
La escena es conocida. O eso pensamos. Y es lo que posiblemente nos impida entrar en ella verdaderamente: pensar que ya la conocemos.
Emaús es la escena propia de los tristes, de los defraudados, de los que habiendo buscado la santidad con ilusión, se alejan de la comunidad volviendo a su pobre vida anterior, lejos de los compromisos y complicaciones que tiene seguir a un Dios perdedor. Y ellos, tratando de no perder la vida al servicio del Perdedor, ya han dejado colarse la tristeza en sus vidas. Han comenzado a perderse ellos mismos…
Una vez conocimos a Jesús la vida se ilumina con colores bellos y esperanzadores. Quizá fue en nuestra lejana juventud, puede que en aquella tanda de ejercicios espirituales… ¿Cuándo fue? Re-cuérdalo (tráelo no sólo a la memoria, re-vívelo).
Y en la vida, también llegan momentos de crisis, de sentirnos defraudados. Esos momentos siempre son permitidos por Dios para purificar nuestra fe, nuestra relación con Él. Y ahí se puede dar un paso cualitativo en santidad, o se puede escoger el camino de “salvar los propios trastos”, eligiendo una vida, aunque sea en blanco y negro, fuera de la Iglesia, o en la Iglesia pero murmurando y dejando anidar la melancolía y la tristeza en el alma, centrados en el propio ombligo.
¿Dónde te encuentras tú, hoy? Pues estemos donde estemos, tanto tú como yo, hoy en esta oración vemos cómo un Peregrino desconocido (no se ha disfrazado, es Él, pero nuestros ojos, envenenados por nuestro corazón enfermo por el pecado, no ven, no reconocen) comienza a caminar a nuestro lado. Y nos pregunta: “¿qué andas rumiando dentro de ti, con aire de tristeza, según vas de camino por la vida?” Y en la oración de hoy, se adapta a nuestro paso, para escuchar la respuesta. Y para explicarnos lo que Él ve en nuestra vida, que no es lo que nosotros vemos. Él ve esperanza, amor, redención donde nosotros huimos, en lo que evitamos, en lo que nos aprisiona… ¿No era necesario…?
Dejemos que Él nos explique las escrituras de nuestro diario, para que escuchándole, caigan las escamas de nuestros ojos, al partir el Pan, al ofrecer su Cuerpo, al firmar de nuevo su entrega extrema sin vuelta por cada uno de nosotros.
Con un amor así en la vida, ¿cómo continuar huyendo? ¿cómo seguir a lo nuestro? ¿No ardía nuestro corazón…?
La salvación de la vida consiste en reconocer con humildad, cuándo, dónde y con quién ha ardido nuestro corazón… Y entonces, volveremos al seno de la Iglesia, ofreciendo la vida al Amor de los amores, en los hermanos…
Ya lo decía Benedicto XVI, al concluir los ejercicios espirituales para la curia romana, el 23 de febrero de 2013, antes del final de su pontificado. ¡Qué luminosas palabras!
Creer no es otra cosa que, en la noche del mundo, tocar la mano de Dios,
y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el Amor.
Madre, toca nuestro corazón para que nuestros ojos lo vean, y reconociéndolo, volvamos a darle la oportunidad de que recomience de nuevo en nuestras vidas su sueño de santidad.

Archivo del blog