Purifico mi oración antes de comenzar, le pido a Dios
que haga Él lo que deseo, pero soy incapaz de conseguir por mí mismo: “Señor,
que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en
servicio y alabanza de vuestra divina majestad”.
¡Feliz domingo! Domingo, en tiempo de Pascua. Hoy la
oración es a todas luces una invitación a encontrarnos con Jesús Resucitado. Y
a dejarle resucitarnos.
La escena es conocida. O eso pensamos. Y es lo que
posiblemente nos impida entrar en ella verdaderamente: pensar que ya la
conocemos.
Emaús es la escena propia de los tristes, de los
defraudados, de los que habiendo buscado la santidad con ilusión, se alejan de
la comunidad volviendo a su pobre vida anterior, lejos de los compromisos y complicaciones
que tiene seguir a un Dios perdedor. Y ellos, tratando de no perder la vida al
servicio del Perdedor, ya han dejado colarse la tristeza en sus vidas. Han
comenzado a perderse ellos mismos…
Una vez conocimos a Jesús la vida se ilumina con
colores bellos y esperanzadores. Quizá fue en nuestra lejana juventud, puede
que en aquella tanda de ejercicios espirituales… ¿Cuándo fue? Re-cuérdalo
(tráelo no sólo a la memoria, re-vívelo).
Y en la vida, también llegan momentos de crisis, de
sentirnos defraudados. Esos momentos siempre son permitidos por Dios para
purificar nuestra fe, nuestra relación con Él. Y ahí se puede dar un paso
cualitativo en santidad, o se puede escoger el camino de “salvar los propios
trastos”, eligiendo una vida, aunque sea en blanco y negro, fuera de la
Iglesia, o en la Iglesia pero murmurando y dejando anidar la melancolía y la
tristeza en el alma, centrados en el propio ombligo.
¿Dónde te encuentras tú, hoy? Pues estemos donde
estemos, tanto tú como yo, hoy en esta oración vemos cómo un Peregrino
desconocido (no se ha disfrazado, es Él, pero nuestros ojos, envenenados por
nuestro corazón enfermo por el pecado, no ven, no reconocen) comienza a caminar
a nuestro lado. Y nos pregunta: “¿qué andas rumiando dentro de ti, con aire de tristeza,
según vas de camino por la vida?” Y en la oración de hoy, se adapta a nuestro
paso, para escuchar la respuesta. Y para explicarnos lo que Él ve en nuestra
vida, que no es lo que nosotros vemos. Él ve esperanza, amor, redención donde
nosotros huimos, en lo que evitamos, en lo que nos aprisiona… ¿No era
necesario…?
Dejemos que Él nos explique las escrituras de nuestro
diario, para que escuchándole, caigan las escamas de nuestros ojos, al partir
el Pan, al ofrecer su Cuerpo, al firmar de nuevo su entrega extrema sin vuelta
por cada uno de nosotros.
Con un amor así en la vida, ¿cómo continuar huyendo?
¿cómo seguir a lo nuestro? ¿No ardía nuestro corazón…?
La salvación de la vida consiste en reconocer con
humildad, cuándo, dónde y con quién ha ardido nuestro corazón… Y entonces,
volveremos al seno de la Iglesia, ofreciendo la vida al Amor de los amores, en
los hermanos…
Ya lo decía Benedicto XVI, al concluir los ejercicios
espirituales para la curia romana, el 23 de febrero de 2013, antes del final de
su pontificado. ¡Qué luminosas palabras!
Creer no es otra cosa que, en la noche del mundo,
tocar la mano de Dios,
y así, en el silencio, escuchar la Palabra, ver el
Amor.
Madre, toca nuestro corazón para que nuestros ojos lo
vean, y reconociéndolo, volvamos a darle la oportunidad de que recomience de
nuevo en nuestras vidas su sueño de santidad.