Durante la octava de Pascua celebramos cada día la
resurrección del Señor Jesús, como lo hacemos cada domingo del año, reflejo de
este día que hizo el Señor. Es el acontecimiento salvífico más importante de
nuestra fe. La resurrección de Jesucristo inaugura una nueva realidad en el
mundo, un cambio radical: la creatividad del amor de Dios hace una nueva
creación a la que el hombre es llamado a participar mediante la fe, la
esperanza y la caridad que trasfiguran la propia existencia. “Todo lo que
sucedió en estas jornadas pascuales compromete a cada uno de los Apóstoles -y a
Pedro en particular- en la construcción de la era nueva que comenzó en la
mañana de la Pascua” (Catecismo de la Iglesia Católica 642)
Dada su naturaleza, yo diría que en cada momento de la
historia somos llamados a renovar nuestra incorporación a esa era nueva; es
decir, no se trata de una realidad pasada que caducó, sino de una realidad a la
que nos podemos y debemos incorporar, siempre de nuevo, en cada momento de nuestra
existencia.
Los apóstoles vuelven a Galilea, a su ocupación
anterior a su vocación. Sin embargo, algo ha cambiado desde entonces, ellos son
“pescadores de hombres”, y san Juan nos habla de una pesca simbólica de toda la
humanidad con la orientación del Resucitado. Es por eso por lo que le reconoce.
Pedro se deja llevar del impulso como tantas veces y será confirmado en su
misión.
Hoy Jesús resucita para mí. “Resucitó, resucito,
resucitaré, ¡aleluya!” (padre Tomás Morales)
Y en estos días malos de pandemia recordemos como
santa Teresa acudió a la oración cuando su comunidad se vio en problemas.