¡¡Cristo está vivo!! La alegría debe
inundar nuestra vida, nuestras casas durante toda la Pascua. También nuestros
ratos de oración deben ser alegres, disfrutones. Pero hay que
hacer el esfuerzo de recogerse un poquito para entrar en diálogo con Dios. Modo
avión activado… ¡y empezamos!
Como dice Ignacio en los Ejercicios, el
fruto de la contemplación de la Pascua debe ser alegría desbordante, una que no
se puede contener, que no podemos disimular, porque sale a borbotones del
corazón. Pidamos esa gracia para nosotros y todos los cristianos. Pidámosla
durante todo el día en medio de las tareas cotidianas: estudio, cocina,
deporte, descanso… “que me llene de ALEGRÍA, Señor”.
Las lecturas de hoy nos animan a ello
también. La primera habla de una alegría que lleva a la conversión del corazón.
El salmo de una alegría que admira la grandeza de Dios. Y el evangelio nos da
el secreto para que esta alegría no se desvanezca con el paso de los días:
saber que Jesús está en medio de nosotros, que no se ha largado, que está a
nuestro lado, come con nosotros, se alegra y sufre con nosotros, nos habla y
nos escucha. No perdamos hoy la oportunidad de dedicar un rato a estar con él a
solas.