La oración de hoy la debemos enmarcar en
el contexto del espacio y del tiempo de esta semana, no de una semana más, sino
de la Semana Santa. En cuanto al espacio, este año, nos lo han reducido al
mínimo. Todos estamos confinados en nuestras casas, por lo que no hay que salir
a la calle, a reuniones, a procesiones, ni a las iglesias. Pero esta
excepcionalidad podemos verla como una oportunidad. A mí personalmente me
vienen a la memoria las palabras de Jesús a la samaritana: Pero llega
la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre
en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren.
Dios es espíritu, y los que le adoran deben orar en espíritu y verdad"
(Jn, 4,23). Para santa Teresa, el alma debe quedarse en sus moradas si
quiere alcanzar el fin de la oración, la unión con Dios. En cuanto al tiempo,
son días excepcionales para la oración si estamos atentos a todo lo que está
pasando por el corazón de Jesús, de su madre y de los discípulos.
La primera lectura que es del profeta
Isaías, la podemos meditar desde el sentir del salmo 70: mi boca
contará tu salvación, Señor. Isaías sabe que es un profeta elegido por
el Señor y que esto le define totalmente. Por encima de todo, en vano
me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas, está el
plan de Dios, la misión a la que ha sido llamado desde el vientre de su
madre: por medio de ti me glorificaré. Te hago luz de las
naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la
tierra. Cada uno de nosotros, desde el bautismo, hemos sido
llamados como profetas para anunciar a todos la salvación. La que nos ha
alcanzado Jesús con su pasión, muerte y resurrección. Te invito a que saborees
los versículos del salmo 70. Qué bien expresan el sentir de todos, siempre,
pero quizás más en estas circunstancias:
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
no quede yo derrotado para siempre;
tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído, y sálvame.
Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa.
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa.
El evangelio, nos narra uno de los
momentos más dramáticos del Jueves Santo, durante la Cena de Pascua, Jesús
anuncia a sus íntimos la traición de Judas, uno de sus apóstoles. Te invito a
meditar este paso del Señor, desde su mismo corazón. Para ello, reposa tu
cabeza sobre su pecho, como lo hizo el discípulo amado, Juan. Lo primero que
llama la atención es por qué Jesús hizo semejante anuncio: en verdad, en
verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar. Juan nos dice
que su espíritu se turbó en ese momento. Jesús podía haberse guardado el
secreto de la traición, sin embargo, para dar testimonio tuvo que decirlo. En
esta hora, Jesús lo aceptaba todo. Sabía lo que iba a pasar y lo acoge. ¡Qué
respeto tan grande de la libertad ajena, cómo impresiona esto! Cualquiera de
nosotros se habría revelado, no lo hubiese soportado y habría estallado.
Además, fue delicado con Judas, no rebeló su nombre públicamente, sino que de
forma velada se lo insinuó a sus íntimos. Cuando Judas terminó de comer el
bocado, se marchó, y entonces dice el evangelista que era de noche. No lo dijo
tanto por la hora sino porque el Corazón de Jesús estaba tristísimo, angustiado
y lleno de temores. ¡Corazón humano y divino de Jesús! Entremos en la espesura,
contemplemos la escena, escuchemos en silencio y adoremos al Señor.
Pedro es el otro discípulo protagonista
de la escena. Al escuchar a Jesús decir: adonde yo voy ahora, vosotros no
podéis seguirme, lo haréis más tarde, dijo a Jesús: Señor, ¿por qué no
puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti. Y Jesús le dijo: ¿Con que darás tu
vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me
hayas negado tres veces. Pedro tiene buena voluntad y demasiada
confianza en sí mismo. Pero en el fondo, como todos los apóstoles, es débil y
en el momento de la prueba va a fallar. Sin embargo, nunca abandonará al Señor,
aprenderá a seguirlo con sus miserias, y, en el futuro, como Isaías podrá
decir: el Señor es mi fuerza.
Terminemos con un coloquio con Jesús:
Señor, gracias por fijarte en mí y por elegirme. Me conoces perfectamente y
sabes que soy de barro. Te doy eso que soy. Todo lo espero de tu misericordia.
Ayúdame ahora en estos momentos tan difíciles para mí y para todos. Que nunca
dude de tu amor y que tu salvación alcance hasta los confines de la tierra. Y
gracias, Señor, por entregarme a tu madre. Ella será siempre mi madre, modelo y
guía. Amén.