“En esperanza hemos sido salvados” Rom
8,24. En “Meditaciones de Abelardo” Para este tiempo Pascual, así
comienza la de este día 22 que corresponde al miércoles de la II semana de
Pascua. San Pablo sin pretenderlo quiere probar la resurrección de Cristo a los
romanos y al contarlo hace un documento histórico quizá el de más fuerza
probatoria.
“¿Pero cómo dicen algunos de entre
vosotros que no hay resurrección de muertos?” Y les habla de Jesús cómo
después de muerto se fue apareciendo a unos y a otros: “Se apareció a los
apóstoles, se apareció a más de quinientos de los cuales muchos viven todavía,
y, por último, como a un aborto de todos se me apareció a mí”. Hasta aquí el
testimonio de Pablo, documento probatorio históricamente de la resurrección de
Jesús.
Y en este momento refiero, lo que nos ha
sucedido este año, que ha sido una bendición para que podamos seguir una a una
todas estas apariciones desde la entrada al sepulcro, en la que se va a
convertir en un cuerpo glorioso, que se presenta al Padre, desciende a los
infiernos, abre las puertas de la eternidad a tantos que le estaban esperando
desde Adán. Luego a María, Juan, los apóstoles, María Magdalena, los de Emaús,
a Pedro y nos hemos podido parar en cada una de ellas con sus emociones y
momentos de encuentro de fe y conversión.
En la meditación anterior, “Me amó y se
entregó a la muerte por mí” (Gl 2,20) nos dice Abe: “Y no puedes separar en
ningún momento este Jesús resucitado, -que estás viendo en las apariciones
enseñar las llagas a los suyos- de la pasión. Lo que sucede es que como no
amamos a Jesús crucificado. Y como no amamos a Jesús crucificado, no lo vivimos
y como no lo vivimos no podemos participar del gozo de la resurrección. Porque
las ideas no se entienden mientras no se viven. Pero cuando nos centramos en el
amor que Dios nos tiene, en que Cristo está vivo –nos lo ha dicho a los jóvenes
el Papa en la carta que nos ha escrito, ahora- resucitado en mí y que yo estoy
estable ahí, no como corcho, sino como roca firme en la Resurrección de Jesús.
Porque esa Resurrección es mía. Con todas mis miserias, con todos mis defectos,
con todos mis fallos”. Más adelante dice Abe: “es que está vivo, ha
resucitado”, lo ha resucitado el Padre.
Ahora sí podemos entender lo que nos
dice san Juan en el Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Unigénito para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna…no vino a juzgar sino a salvar. El que cree en él no será juzgado; él
que no cree ya está juzgado.
Este es el principio de nuestra fe, esto
es nuestra salvación. Por eso cómo no creer, como fiarnos de los que han
creído, como María los apóstoles, los santos: “Madrecita en la fe, haz que crea
en el amor de Dios para conmigo, que hijo vive, ha resucitado y está contigo,
conmigo, con todos los que creen y con todos los que anuncie esta buena nueva”.
Creer en ese amor es creer en la
misericordia la única que puede traer la paz a este mundo.
Ahora podemos entender un poquito la
aventura de los apóstoles en la primera lectura, hecha para los que creen
esperan su venida. Valientes van en el Nombre del Señor Jesús por todo el mundo
a anunciar el kerigma, el mensaje: En Cristo hemos sido redimidos y salvados,
bautizaos y creed en el Evangelio.