Quiero traer a tu consideración dos textos que nos sitúan en este momento
histórico nunca esperado, que nos toca vivir, ahora. Por una parte, el título
de un artículo que apareció en la prensa el mismo día 13 de marzo, ¿recordáis
qué día fue este?
Título: SERÉIS COMO DIOSES. Subtítulo: “Justo en el momento
en que el hombre acariciaba la ansiada inmortalidad, un virus se burla de todas
nuestras certezas”. (P.G. Cuartango).
Otro texto de un famoso teólogo, que ya os suena, el P. Cantalamesa,
predicador hace años de la Casa Pontificia, en este Viernes Santo, nos
recordaba:
“Ha bastado el más pequeño e informe elemento de la naturaleza, un virus,
para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no
bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende —dice
un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen» (Sal
49,21). ¡Qué verdad es!
Pero estas ideas nos ayudan a hacer un rato profundo de oración. Yo creo
que sí. Se pone de manifiesto eso que ya hemos meditado algunas o muchas veces
en Principio y Fundamento en los Ejercicios Espirituales ignacianos: “El
hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor…”
(23)
Sí el hombre es creado por Dios Padre. Por tanto, el hombre es criatura y
el Señor es creador. Pero parece que hemos llegado los hombres a la plenitud y
queremos a toda costa convertirnos en dioses… podemos palpar las consecuencias.
Sí, todas las personas, ¡Seguimos siendo criaturas, lo quera o no!
Sólo Dios Padre tiene palabras de vida eterna.
Te remito al evangelio de hoy. Nos ayudará a poner la esperanza no solo en
el poder tecnológico (que es limitado) sino en el poder transformador de Cristo
resucitado.
“El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra
es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de
todos…. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El cree en el Hijo
posee la vida eterna; el que no crea en el Hijo no verá la vida, sino que la
ira de Dios pesa sobre él”. (Jn 3,31-36).
Que nuestra Madre Santa María, seguidora fiel de su Hijo resucitado, nos comunique
en estos días el gozo de vivir resucitados.