Podíamos empezar con una oración
preparatoria breve para ponernos en presencia del señor y ofrecerle todo
nuestro día. Le podemos pedir también a nuestra madre la Virgen que le conozca,
le ame y le viva.
De la primera lectura el profeta
Ezequiel podríamos traducirla para nuestro tiempo recordándonos como el Señor
nos recoge de todos los lugares en que nos encontramos perdidos y dejados de su
mano para llevarnos a su tierra, a su Iglesia y al corazón de su Santísima
Madre y el suyo mismo.
Esto mismo nos dice el salmo: “El
Señor nos guardará como un pastor a su rebaño”
El Señor nos rescata: “Porque el
Señor redimió a Jacob, lo rescató de una mano más fuerte” Él nos
rescató de la muerte y la esclavitud del pecado. Ahora que tantas
personas de nuestro entorno vienen sufriendo los efectos de esta pandemia; el
Señor escucha nuestra oración por nuestros familiares, amigos y desconocidos
que han sido abatidos en estos momentos. “Venid a mi todos los que
estéis cansados y agobiados que yo os aliviaré”. “…convertiré su tristeza en
gozo, los alegraré y aliviaré sus penas” sigue diciendo el salmo.
Pero para esto hace también tener una fe
confiada y audaz. Confiar que el Señor nos ha rescatado ofreciéndose el por
nosotros como dice el pasaje del evangelio en boca de Caifás: «Vosotros
no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el
pueblo, y que no perezca la nación entera».
Por último, hoy sábado un texto del
folleto de Cuaresma que venimos leyendo para este día para pedirle a Nuestra
Madre que nos muestre más de cerca a su hijo.
Todo esto es muy difícil vivirlo. Pero
tenemos una Madre a la que acudir y decirle: “Madre, dentro de mi pobreza
quiero ser otro Jesús. Dejarle a Él vivir en mí. Madre, madrecita mía en la fe.
¡Ponme con tu Hijo!”. Y Ella te llevará a su lado. Te enseñará a contemplarle.
Y contemplarle crucificado para que saques fuerzas.