30 abril 2020. Jueves de la III semana de Pascua – Puntos de oración


Dos ideas nos pueden guiar para adentrarnos en este evangelio del día de hoy:
La primera es tan sencilla como aquello de lo que se habla: el pan. A todos nos evoca un alimento familiar, cotidiano, que se comparte en la mesa, al calor del hogar. Así es Jesús, “manso y humilde”, servidor, alimento cercano del alma. La fe no es fe si es al margen de Jesús. Nada nos colma ni nos da paz interior, como Él. Es el amigo que siempre está ahí, el sagrario permanente, fuente de amor, de felicidad, de alegría. Del trato, a solas y en comunidad, con Jesús, brota la bondad, la fraternidad, el valor para ser mejor ser humano y vivirlo con integridad.
La segunda es que es un pan con “denominación de origen”: es el “Pan vivo bajado del cielo”. La fe no es fruto de nuestro esfuerzo ni voluntad, tampoco un capricho o una moda. La fe es un don de Dios, la descubrimos al descubrirnos hijos suyos, y la encontramos al acercarnos a Jesús, el que es capaz de dar vida dándose, el que “contagia” algo diferente a lo que nos pueda dar cualquier otro “pan”, el que es fuente de comunión y encuentro.
Los hombres y mujeres de Dios son capaces de hacerse también pan para los demás, alimento cercano y humilde, que se sabe siempre de Dios. En una biografía del papa dominico San Pío V, cuya memoria celebramos hoy, se dice: “Pío decía que los pontífices debían edificar la república tanto con piedras, como con virtudes. Había certeramente entendido que para regir a los hombres con paz y autoridad nada hay más válido que el ser amado de ellos y nada más impropio que el ser temido; asimismo que nada es más apto para acercar los hombres a Dios que buscar su salvación…con una gran caridad hacia los pobres y con una gran liberalidad y clemencia con todos”.
Seamos pues, vida para los demás, alimento de amor, señales de paz y llevaremos ese Pan de vida que es Cristo a los demás.

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